Actualizado 03/07/2015 18:18

A FONDO-La calculada ofensiva de una ambientalista hacia la presidencia de Brasil

Por Paulo Prada

RIO DE JANEIRO, 1 oct, 1 Oct. (Reuters/EP) -

- En marzo del 2003, tres meses después de asumir como ministra de Medioambiente de Brasil, Marina Silva reunió a media decena de asesores en el moderno edificio del ministerio en Brasilia, la capital del país.

Les dijo que el nuevo Gobierno estaba por embarcarse en un faraónico proyecto de infraestructura prometido por el entonces presidente Luiz Inácio Lula da Silva para el árido noreste. Al proyecto, un esfuerzo aún en curso para desviar el agua desde uno de los mayores ríos de Brasil, se habían opuesto previamente los ambientalistas, incluida la misma Silva.

Sin embargo, en vez de exponer cómo frustraría el desvío, la ex activista dijo que trabajaría para hacerlo lo más sostenible posible.

"Estaba consternada", dijo Marijane Lisboa, ex directora de Greenpeace y secretaria de calidad ambiental de Silva en ese entonces. "En vez de luchar, ella solamente iba a tratar de mitigarlo".

Lisboa no sería la última persona sorprendida por Silva, una ex recolectora de caucho y empleada doméstica que ahora es candidata a la presidencia del país más grande de América Latina.

Otrora considerada una izquierdista radical, la pionera de la conservación de la Amazonia e ícono del movimiento ambientalista durante años se ha inclinado ininterrumpidamente hacia el centro.

Silva, de 56 años, madre de cuatro hijos y cristiana evangélica, se ubica detrás de la presidenta Dilma Rousseff en los pronósticos para una esperada segunda vuelta tres semanas después de la votación del domingo.

Su campaña se ve fortalecida por el descontento sobre la corrupción, los favores políticos y los ineficientes servicios públicos que el año pasado generaron protestas masivas. Las manifestaciones, muchas violentas, socavaron la popularidad de Rousseff, ya afectada por una estancada economía, y crearon la primera amenaza real para el izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) desde que llegó al poder en el 2003.

Pero Silva es también una política pragmática, calculadora y que sabe lograr acuerdos políticos, que desafía los esfuerzos de rivales que la califican de inexperta, o peor, errática.

Tras su paso por tres partidos políticos en los últimos años, Silva representa al Partido Socialista Brasileño (PSB) y ha prometido extender los populares programas sociales pese a que critica el gasto actual.

Buscará implementar programas de energías renovables, como biomasa o energía solar, pero promete continuar desarrollando los yacimientos de crudo mar adentro.

"¿Por qué una actividad tiene que ser a expensas de otra?", preguntó la candidata durante una reciente entrevista con Reuters en Río de Janeiro. "Una economía fuerte está diversificada", agregó.

El cambio de Silva enfurece a algunos de sus antiguos seguidores militantes y a sus ex compañeros del Partido de los Trabajadores.

Pero atrae a otros diferentes: evangélicos, financieros de São Paulo, jóvenes cansados del status quo.

Si es elegida, su mayor obstáculo será reunir los diferentes orígenes de su apoyo en un grupo manejable dentro de la multipartidaria democracia de Brasil.

DEL ACTIVISMO AL PRAGMATISMO

En entrevistas, más de una decena de quienes conocen a Silva la describen como una política seria lo suficientemente firme para liderar, pero lo suficientemente flexible para ceder cuando un argumento rival se impone.

Dicen que sus cinco años como ministra, y un regreso político desde su sonada renuncia en el 2008, muestran su capacidad para establecer prioridades, perseguir objetivos y capacidad de llegar a acuerdos.

"Llámenla lo que sea menos tonta", dijo Roberto Rodrigues, un ex ministro de Agricultura que se enfrentó a Silva durante el Gobierno de Lula por los cultivos genéticamente modificados y leyes de forestación. "Sabe que un militante no puede ser presidente", agregó.

El ascenso de Silva desde la enfermedad y el analfabetismo en la selva al Senado y más allá ya es una tradición. Pero su evolución del activismo a una posible presidencia aún desconcierta a muchos que pensaban que era incapaz de manejarse en los altos niveles de la política.

En el 2002, los brasileños eligieron a Lula, un ex líder sindical. Tras designar a un ministro de Finanzas favorable al mercado, quien alivió los temores de que el presidente fuera fiscalmente imprudente, Lula nombró a Silva en la cartera de medioambiente, lo que generó elogios de conservacionistas de todo el mundo.

Tras asumir en enero del 2003, Silva dijo a los directores de departamentos que establecieran prioridades para el período de Gobierno de cuatro años. La administración anterior, del centrista Fernando Henrique Cardoso, había estado demasiado ocupada con controlar la volátil inflación como para prestar mucha atención a los temas ambientales.

Silva mantuvo grandes reuniones y presentó propuestas de políticas de desechos, manejo del agua y zonas verdes.

Pero tenía una preocupación primordial: la creciente deforestación. Los leñadores y rancheros estaban invadiendo tan rápido la Amazonia que un área del tamaño de Bélgica era destruida anualmente.

Silva propuso fijar metas para frenar la tasa de deforestación. Le dijo a un comité que estableciera un plan para lograrlas y rechazó los argumentos de asesores que sugirieron que esas metas podrían ser negativas en términos políticos si no se cumplían.

"Merezco el fracaso político si no las alcanzamos", dijo Silva, según recuerda el ex secretario forestal João Paulo Capobianco, aún uno de sus asesores más cercanos. "Por más que hagamos otras cosas en otras áreas, la deforestación será la medida por la que seremos juzgados", agregó.

Algunos asesores se quejaron de que prestaba poca atención a los demás temas.

Cuando llegó la hora de desviar el río São Francisco, ofreció poca resistencia, conformándose con un compromiso de que extensas partes contaminadas del río fueran limpiadas durante el proyecto. "Si era fuera de la Amazonia, no era una prioridad", dijo Gilney Viana, entonces secretario de desarrollo sostenible.

Pronto los conflictos políticos se inmiscuyeron en la agenda.

Las grandes reuniones dieron paso a discusiones individuales con asesores capaces de ayudarla a negociar con el resto de la administración.

"Pasaba más tiempo cortejando a Lula y otros ministros que dirigiendo el ministerio", recuerda un asesor, que pidió no ser identificado debido a que sigue teniendo lazos con el Gobierno.

OPONENTES PODEROSOS

El ministerio de Agricultura, una poderosa fuerza en uno de los mayores exportadores de granos del mundo, fue particularmente problemático.

Al principio, el ministerio intentó convencer a Lula de que se permitiera el cultivo de soja genéticamente modificada en el sur del país. Las llamadas "semillas Maradona", contrabandeadas desde Argentina, eran aún ilegales en Brasil, pero los agricultores igual las plantaban.

Silva presionó en contra de la venta. También buscó asegurarse de que su ministerio controlara un nuevo organismo gubernametal para regular los cultivos genéticamente modificados.

Perdió ambas batallas y los ambientalistas la presionaron a que renunciara en protesta.

A cambio, sin embargo, se aseguró una modificación en la ley que obliga a los fabricantes a etiquetar los alimentos que contienen ingredientes genéticamente modificados. "Sabía cómo negociar", dijo Beto Albuquerque, un ex congresista del estado donde se plantaba la soja.

Otrora un contrincante, Albuquerque es ahora el compañero de fórmula de Silva.

En tanto, Silva lograba progresos contra la deforestación.

Si bien el ministerio antes había dado batalla solo, Silva convenció a otras 12 agencias federales, desde el Ejército al ministerio de Justicia, para que ayudaran. El ministerio de Ciencia, encabezado por un prometedor político joven llamado Eduardo Campos, cedió satélites gubernamentales para rastrear las actividades ilegales en la selva.

En el 2006, la deforestación cayó a la mitad de la tasa del 2004.

El año siguiente, la creciente demanda por las exportaciones de materias primas de Brasil alimentaba un auge económico.

Con la reelección en vista, un grupo de ministros convenció a Lula de revivir una serie de proyectos de infraestructura propuestos con anterioridad, como represas hidroeléctricas en los afluentes del Amazonas.

Algunos ministros, incluida Rousseff, jefa de gabinete de Lula, presionaron por una veloz aprobación. Silva se resistió, enfureciendo a Rousseff y a los grandes constructores que ayudaron a financiar las arcas del Partido de los Trabajadores.

Cuando Lula ganó la reelección, Silva fue la última de los ministros en ser designada nuevamente.

A fines del 2007, los logros contra la deforestación se estancaron, en parte debido a la especulación en torno a zonas de la selva cercanas a algunos de los sitios propuestos.

Silva convenció a Lula de introducir medidas para bloquear el crédito a quienes fueran atrapados vendiendo o comprando artículos de tierras deforestadas de manera ilegal.

Cuando los agricultores se quejaron, Lula consideró revocar las medidas.

En mayo del 2008, Silva renunció. "Podré perder la cabeza", dijo, "pero no he perdido el juicio".

Donde algunos vieron una derrota, sus partidarios vieron artimañas.

"Lula podía abandonar las medidas y ser culpado cuando empeorara la deforestación", dijo Tasso Azevedo, un ingeniero forestal que aún asesora a Silva, o "podía mantenerlas y llevarse el crédito por las mejoras".

Lula las dejó tal cual estaban.

La deforestación durante sus dos períodos de Gobierno disminuyó en un 75 por ciento.

"VISIÓN ESTRATÉGICA"

Tras su renuncia, Silva dejó el Partido de los Trabajadores y se unió brevemente al Partido Verde. Más importante aun, se acercó a aliados con recursos, especialmente a Guilherme Leal, el millonario detrás de Natura, empresa de cosméticos fabricados con ingredientes producidos localmente, muchos de ellos del Amazonas.

Leal dice que admiraba la "visión estratégica" de Silva para un país que posee la mayor selva lluviosa del mundo y abundantes fuentes de agua y energía limpia. También admiraba sus credenciales políticas.

"Está en su ADN", dice Leal. "Se pone un cuchillo entre los dientes y avanza. No (va) detrás del poder por el poder, sino que por la acción política".

Leal financió una campaña presidencial para Silva en el 2010 y se le unió como compañero de lista. También la presentó con un grupo influyente de economistas, empresarios y líderes financieros.

Actualmente, esas personas son parte importante de su base de poder y generan rechazo entre los seguidores anteriores de Silva.

Leonardo Boff, un destacado teólogo y activista contra la pobreza que conoció a la candidata ecologista de su juventud, dice que Silva se ha rodeado de "neoliberales".

Con todo, Silva recogió un 20 por ciento de los votos en el 2010, mucho más de lo esperado.

A los líderes del Partido Verde les molestó que una advenediza los hubiera eclipsado. Silva renunció y trató de fundar un partido nuevo.

El año pasado, cuando una corte determinó que el partido no cumplía con los requerimientos electorales para el proceso del 2014, Silva se acercó a otro aliado, Campos, el ex ministro de Ciencia, que se había convertido en un gobernador popular y que aspiraba a la presidencia.

Campos designó a Silva como su candidata para vicepresidenta.

En agosto, Campos murió en un accidente aéreo y Silva se convirtió en la carta presidencial del PSB.

Durante un acto realizado hace poco en Rio, Silva denunció el "marketing brutal", de los oponentes que sugerían que ella paralizaría la exploración petrolera en la región. Acusó al PT que, antes de llegar al Gobierno era tachado de alarmista, de hacerla ver como una radical.

"Yo luché contra las mentiras en ese entonces", dijo Silva. "Ahora ellos quieren usar el mismo cuchillo herrumbroso contra mí".