Actualizado 28/09/2016 14:01

La segunda etapa de Mauricio Macri

Julio burdman
INFOLATAM

Julio Burdman para Infolatam/Notimérica  -  MADRID, 23 Sep. 

Los primeros ocho meses de la presidencia de Mauricio Macri fueron duros para todos. El ajuste macroeconómico implementado incluyó unificar el tipo de cambio y devaluar, con la consiguiente inflación inercial, además de los conocidos aumentos de tarifas de servicios públicos, y actualizaciones de salarios que no conformaron. Se perdió ingreso y consumo, la economía no creció, la producción cayó. Con excepción de algunos sectores, como el campo y sus economías asociadas, pocos estuvieron mejor. Sin embargo, a pesar de las malas noticias un sector importante de la población siguió apoyando al presidente.

La economía política del primer año macrista fue esta convivencia entre apoyo y paciencia. Las encuestas durante ocho meses dijeron que el respaldo a la gestión y la imagen presidencial se mantuvieron sin grandes alteraciones -apoyándose fundamentalmente en la fidelidad del sector del electorado que había votado por Macri en el ballotage de noviembre de 2015-, y que fueron igualmente constantes el malestar económico personal y la preocupación por la alta inflación. En una sociedad caracterizada por una fuerte correlación entre economía y voto -la mayoría de los argentinos no pierde el sueño por otras cuestiones-, lo que mantuvo a Macri a flote fue que la población creyó en su promesa.

¿Qué dijo Macri en todo este tiempo? Que él no hubiera querido ajustar, que se vio obligado a hacerlo por culpa del gobierno kirchnerista, que los malos meses pasarían pronto, que la economía iba a reactivar. Su comunicación se basó en un estilo de "decir la verdad", que aspiraba a reafirmar la credibilidad de su promesa. Que es el basamento de su gobernabilidad. La fecha de la reactivación se fue reajustando: iba a ser el segundo semestre, luego el fin de año, y ahora es el año que viene. Macri genuinamente creía en esas fechas, y la mayoría de los economistas del gobierno -no todos con la misma convicción, hay que decirlo- cree en la inminencia del repunte.
Pero el mundo no ayuda. La crisis dramática de Brasil, que este año va a repetir una caída de 4 puntos del PBI y nadie sabe cuando rebotará, es claramente una mala noticia para la economía argentina. Y no llueven las inversiones, ni extranjeras ni argentinas -estas últimas son las que verdaderamente importan, ya que hay mucho dinero de argentinos que debe volver al sistema- en buena medida por el problema de la inflación.

Dominar los precios era la precondición de todo: de la credibilidad, de la baja de la tasa de interés, de la posibilidad de emitir bonos ajustables por inflación, de mejorar las calificaciones de riesgo. Y de sentarse a hablar con los sindicatos. A esa meta se está llegando: las mediciones de agosto y los pronósticos de septiembre dicen que los precios dejaron de subir. Para agosto, el gobierno calcula que será de menos del 0,5%; la primera medición publicada, correspondiente a la provincia de Córdoba, arrojó un 0,3%. Ello significaría que la inflación anual de 2016 no sería del 40 o 50% que algunos proyectaban hace algunos meses, sino que estaría en el orden de los 30 y algo. Pero aún no está el número preciso. Macri tiene que salir a defender un número, y pronto.

Lo están esperando los sindicatos, que ya pidieron la reapertura de las negociaciones salariales colectivas. Ellos sostienen que los precios subieron más que los salarios, y que hay que volver a actualizar. Ahora se viene la gran pulseada de Macri: él afirma que, con la caída de la inflación, no se deben reabrir las paritarias. Y va a mantenerse firme, sin importar que los trabajadores vayan a una huelga general.

En su campaña electoral fue apoyado por algunos líderes sindicales peronistas desencantados del kirchnerismo. Y sigue manteniendo buena relación con algunos de ellos, en forma discreta, aunque la gran mayoría ya se pasó formalmente al discurso opositor. El único que se mantiene firme a su lado es el jefe de los trabajadores rurales, el Momo Venegas, cuyo partido político forma parte de la coalición de gobierno. Pero el resto del gremialismo se ha unificado, dejando atrás las divisiones creadas por la cuestión kirchnerista, y endureció su discurso. No demasiado: muchos apuestan a sostener un discurso de confrontación y, al mismo tiempo, pactar entendimientos y concesiones con el gobierno, que no tiene intención de afectar los intereses de la maquinaria sindical mientras ellos no pongan palos en la rueda. Sin embargo, los sindicatos algo deberán hacer: de lo contrario, la centrales no peronistas seguirán avanzando, y sus propios afiliados los abandonarán.

Se le suma a esto el factor Sergio Massa, el dirigente peronista no kirchnerista que facilitó la gobernabilidad en el Congreso y la provincia de Buenos Aires durante estos primeros ocho meses, y que tiene una alianza política con los principales líderes sindicales. Massa ya comenzó a despegarse de Macri e intenta una oposición más activa, preparándose para ser candidato a senador por Buenos Aires en las elecciones intermedias de 2017. Massa necesita ganar esa elección si quiere ser candidato presidencial en 2019, y para ello sabe que tiene que ser, de alguna forma, el candidato de la cuestión social. De lo contrario, un retorno de Cristina Kirchner podría dejarlo sin los votantes antimacristas que necesita. Massa hoy es una de las voces que piden aumentos salariales, y presentó un proyecto para restringir importaciones por cuatro meses.
Así las cosas, podríamos decir que con la caída de la inflación comienza una segunda etapa del gobierno de Macri. A su promesa de reactivación le llegó la hora de la verdad. La gente fue la primera en enterarse de que los precios dejaron de subir, y está esperando que toda la economía se ponga en marcha, tal como se le dijo. Un sector social necesitará ayuda del Estado para reponerse, pero otro ya debería despegar solo. Políticamente, Macri inicia su segunda etapa con la meta de defender su política económica ante los sindicatos y la nueva oposición que se perfila para las elecciones de 2017. Y superado este nuevo objetivo inmediato, apuesta a la inversión económica y una expansión que derrame bienestar. Eso es lo que espera Macri para afrontar el año electoral que ya se asoma en el horizonte. Se propuso ganar esas elecciones: Latinoamérica no es un buen continente para andar flojo de legisladores.