Actualizado 06/09/2018 12:35

Carmen, la venezolana que pone banda sonora al metro de Madrid

Carmen canta en el metro de Madrid
NOTIMÉRICA

   MADRID, 17 Abr. (Notimérica)

   A las ocho y media de la mañana, en la estación de Avenida de América del metro de Madrid todo el mundo va con prisas y cara de sueño. Al enfilar el largo pasillo que conduce a la línea 9, el sonido de las rancheras mexicanas parece la única posibilidad de animar un poco el inicio del día. Allí está Carmen, con su micro y su pequeño altavoz, vestida de elegante mariachi y con una sonrisa que no pierde pese a que los madrileños casi siempre pasan por su lado como si allí no hubiese nadie. Dice haberse acostumbrado a que los españoles no seamos tan cálidos como los latinos.

   Cuando se cansa de las rancheras se pasa a la canción pedagógica e inunda el metro con sus reflexiones sobre la importancia de cuidar el medio ambiente o no derrochar agua. Esto último le saca especialmente de sus casillas.

   Después de 25 años trabajando en la docencia en Venezuela, su país natal, en 2017 se trasladó a España. En primer lugar, lo hizo por amor. Y en segundo, en busca de nuevas oportunidades que le ayudasen a mantener a sus dos hijas. A sus 58 años, su despertador suena cada mañana a las cuatro para prepararse y estar a las seis en esa esquina a la que llama "mi oficina". Mientras se prepara para comenzar el día en el bajo interior en el que convive con un matrimonio colombiano y otro nicaragüense, la cafetera también comienza a funcionar. Toma su café y prepara un gran termo para que le ayude a pasar la mañana, pues hasta las doce no hace la primera pausa.

   Se decidió por las rancheras porque toda su vida fue una gran seguidora de la española Rocío Dúrcal, quien conquistó a América Latina y fundamentalmente a los mexicanos con este estilo. Además, reconoce Carmen a Notimérica en un momento de su jornada laboral, siente que el público puede conectar más con ella de este modo que si tirase de música popular venezolana.

   Entre ese público que pasa a toda prisa por el metro hay quien valorando su trabajo le compensa con algunas monedas. Suelen ser pequeñas, en la mayoría de los casos de veinte o cincuenta céntimos. Entre las seis y las doce, en su cuenco de mimbre logra sumar diecisiete euros. Pese a parecer poco, y debido a la devaluación de la moneda en Venezuela, con ese dinero una de sus hijas puede hacer la compra para prácticamente todo el mes.

COMEDORES SOCIALES

   A las doce recoge los bártulos y se traslada al comedor social San Francisco de Guzmán el Bueno, en el que el Ayuntamiento de Madrid atiende a una media de doscientas personas cada día. Allí, tras esperar una cola de alrededor de media hora, coge su bandeja y espera a que le sirvan la ensalada y el filete de pescado que voluntarios y trabajadores del centro han preparado ese día. Además, una sopa caliente y un yogur de postre.

   Con las pilas cargadas se dirige de nuevo al metro. En función del día vuelve a Avenida de América o se muda de estación, porque dice ser consciente de que no se puede saturar a los viajeros siempre con la misma música. Por esa razón, busca espacio en otras estaciones también muy transitadas, aunque en ocasiones se encuentra con la "falta de compañerismo" de otros músicos. En Madrid, tocar dentro de los vagones está prohibido a menos que se cuente con una licencia especial otorgada por el Ayuntamiento, pero hacerlo en los pasillos no está penalizado.

   Eso le ha llevado a tener problemas en ocasiones con otros compañeros de profesión que "se creen que esa esquina es suya y llaman incluso a los agentes de seguridad para que te echen". Como Carmen no quiere problemas, cuando eso ocurre prueba suerte en otro lugar.

   Trabaja hasta las seis de la tarde más o menos, aunque esto depende de cómo vea el día o de cuánto dinero necesite juntar esa semana. Además de enviar dinero a sus hijas, también compra en España los medicamentos que su hermana enferma de cáncer necesita y se los hace llegar por correo. Una de sus hijas, a la que dejó como beneficiaria de su pensión en Venezuela, tiene cinco hijos y su vida hecha allí; pero la otra, con un niño de doce años, querría venir igualmente a España. Eso obliga a Carmen a apartar también cada semana dinero con el objetivo de lograr juntar el necesario para el pasaje de ambos.

   Acude al metro de lunes a domingo porque pese a las dificultades es feliz cuando coge el micro. Su día a día no le permite tener amigos ni conocer personas nuevas, aunque sabe que hay una gran comunidad de compatriotas viviendo en Madrid y se ha propuesto reservar un día para acercarse a alguna asociación a presentarse. El poco tiempo libre que le queda lo invierte junto a su pareja, que fue el primero en venirse a España tras muchos años de relación con Carmen. Él también es músico, toca el arpa, y los días que ambos trabajan juntos en el metro su complicidad no pasa desapercibida.

SU SONRISA COMO ENERGÍA

   Su sonrisa podría parecer fingida. En este mundo vertiginoso y estresado, en el que si se levanta la cabeza del suelo es para revisar el teléfono móvil, se ha vuelto complicado encontrar personas que regalen sonrisas cada mañana. Ella lo hace de corazón y asegura que si cantara sin sentirlo significaría que ha fracasado.

   Al terminar la jornada vuelve a casa, este día con treinta euros exactos, previo paso por otro comedor social. Si está muy cansada, a veces sustituye la cena por un yogur, un tazón de leche con cereales o lo poco que tiene en su balda de la nevera comunitaria. Un masaje en las piernas después de ponerlas a remojo en agua con sal para bajar la hinchazón y a dormir.

   A las cuatro de la mañana el despertador volverá a sonar, Carmen preparará su café y volverá a salir dispuesta a cantarle al amor en la pareja, a la erradicación de la violencia en la misma, al medio ambiente y a la importancia del agua, siempre el agua. Llegará a casa y volverá a separar por pequeños montones el dinero que necesita para cada uno de sus gastos. Mientras tanto, quienes transitan por donde ella canta, aunque sin saberlo, habrá pasado al lado de una mujer todo terreno que no piensa abandonar la música mientras la salud se lo permita.