Actualizado 31/03/2017 08:29

Firma Invitada | Mariposas sin alas en América Latina

   Por Sonia Agudo, del Departamento de Proyectos de la Fundación Internacional Baltasar Garzón (FIBGAR)

   Patria, Minerva y María Teresa. Sus cuerpos aparecieron destrozados en lo más profundo de un barranco de República Dominicana. Fueron ahorcadas y luego apaleadas para que al arrojarlas al vacío dentro de su coche, pareciera que habían fallecido en un accidente de tráfico. Al momento de morir tenían entre 26 y 36 años, y cinco hijos en total. Este hecho podría haber ocurrido hoy mismo. Sin embargo, fue el 25 de noviembre de 1960 cuando funcionarios de la policía secreta interceptaron el automóvil de las tres hermanas en una solitaria carretera. Lo que intentó venderse a los medios como un trágico accidente fue un crimen a manos del dictador Rafael Trujillo. El asesinato de estas conocidas activistas políticas sacudió la historia dominicana despertando la conciencia de la población. El caudillo moría tiroteado seis meses más tarde.

   Ellas eran las hermanas Mirabal, también recordadas como las Mariposas. Si siguieran vivas, a sus cerca de 90 años tendrían aún demasiado por lo que seguir luchando. La violencia contra la mujer ha llegado a ser calificada de pandemia en América Latina. El machismo social e institucional lejos de erradicarse se arraiga a través de patrones culturales de discriminación y violencia. Estos se reflejan especialmente en el acceso a la justicia o a los servicios de salud, donde con frecuencia las mujeres son violentadas y revictimizadas. La tasa de violaciones sexuales en la región es gravemente alta, a pesar del subregistro por el temor a denunciar y la estigmatización imperante.

   El derecho a una vida libre de todas las formas de violencias contra las mujeres latinoamericanas, según lo reconoce la Convención de Belém do Pará, dista mucho de la garantía real de su disfrute. Según datos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), entre la cuarta parte y la mitad de las mujeres declaran haber sufrido alguna vez violencia por parte de un compañero íntimo. Naciones Unidas determinó que entre el 30% y el 40% de las mujeres del continente ha sido víctima de algún tipo de violencia intrafamiliar. Una de cada cinco no acude a su puesto de trabajo por haber sufrido agresiones físicas en su casa. Paradójicamente, la misma encuesta presenta bajas percepciones de inseguridad de la ciudadanía sobre los delitos y crímenes de género, pues ni siquiera constan dentro de las principales amenazas.

   Las investigaciones y estadísticas por países evidencian el feroz abuso que padece la mujer latinoamericana, tanto en el ámbito público como en el privado. En Chile, el 60% de las mujeres que viven en pareja ha sufrido algún tipo de violencia, en Ecuador el 60% de las residentes en barrios humildes, en Argentina el 37%, en Paraguay nada menos que seis de cada diez mujeres, y en Nicaragua el 32% de aquellas que tienen entre 16 y 49 años. Las estadísticas en Brasil han registrado 47.646 violaciones por año, 6 violaciones por hora y una cada 11 minutos. Según el Instituto de Investigación Económica Aplicada (IPEA) solo el 10% de los casos son denunciados. Y a estos datos se suma que en más del 70% de los casos, las víctimas son menores de edad.

   La Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha establecido que los feminicidios resultan de "una situación estructural y de un fenómeno social y cultural enraizado en las costumbres y mentalidades" y que estas situaciones están fundadas "en una cultura de violencia y discriminación basada en el género". La violencia contra la mujer es una violación de los derechos humanos, consecuencia de la discriminación que sufre tanto en leyes como en la persistencia de desigualdades por razón de género. Es cierto que la región latinoamericana y caribeña presenta avances importantes en materia de marcos legales, mecanismos y políticas públicas. Sin embargo, la realidad muestra que la prevención y eliminación de la violencia contra la mujer está preocupantemente lejos de lograrse.

   Es inevitable preguntarse cuántas mariposas han existido desde 1960, y cuántas existieron antes. Ninguna de ellas capaz de cambiar la historia de sus países. Desgraciadamente sobran los ejemplos en la actualidad. Al menos diecisiete mujeres salvadoreñas se encuentran hoy privadas de su libertad por haber abortado para salvar sus vidas y son torturadas y tratadas como criminales. Este mes se hizo público cómo una jueza brasileña ordenó que una adolescente fuera detenida por hurto durante un mes en una celda con una treintena de hombres. Fue violada, abusada y torturada cada día. En Bolivia ha muerto una anciana de 84 años por resistirse a ser abusada sexualmente el mismo día que en Venezuela una maestra descubría que una niña de 10 años era violada sistemáticamente por su padre, su hermano y su primo.

   Estas mariposas no pueden volar, nadie recuerda sus nombres, apenas aparecen en los medios de comunicación y se extienden por todo el continente. Este viernes, como cada 25 de noviembre, la fuerza de Minerva, Patria y María Teresa se hará sentir especialmente con motivo del Día Internacional para Eliminar la Violencia contra la Mujer. Nadie debe olvidar que a ellas tres se les suma el dolor de todas las mujeres de alas cortadas de América Latina, y del mundo entero.