Actualizado 09/02/2017 11:39

Marcharse o morir: Las maras echan a los ciudadanos de El Salvador

Refugiados Centroamérica
REUTERS

   MADRID, 20 Jun. (Lucía Gallo - Notimérica) -

"Yo lo tenía todo. Te prometo que tenía todo lo que quería. Pero de repente llega un tipo y te descoloca la vida".

   Es lo único que le sale decir a Ernesto cuando le preguntan acerca de su vida en El Salvador. A sus 34 años, hace ya siete que se vio obligado a mudarse a España con su mujer. Una decisión que tomó "de la noche a la mañana".

"Fue en menos de un día, literal. Coges lo que cabe en una maleta de mano y te vas", explica a Notimérica, aún visiblemente conmocionado.

   Ernesto es solo uno de los casi tres millones de salvadoreños residentes en el exterior, según las estimaciones del Ministerio de Asuntos Exteriores de dicho país.

   En un Estado donde su población es de 6,34 millones de personas, de acuerdo con el último censo realizado por el Banco Mundial en el 2013, el hecho de que al menos uno de cada tres ciudadanos haya decidido vivir en otro país diferente al suyo hace sospechar que algo no funciona en El Salvador.

   Ubicado en Centroamérica, El Salvador es uno de los países más violentos de América Latina. En 2015 fue certificado por las Naciones Unidas (ONU) como el Estado sin conflicto bélico más violento del mundo, superando incluso a Honduras, una posición que ha cambiado para peor este año, a causa del desbordamiento de la violencia en El Salvador y su reducción en el país vecino.

   Ernesto conoce de primera mano qué es vivir en el lugar más violento del mundo, a excepción de aquellos Estados declarados en guerra. Procedente de una familia de clase media de la ciudad salvadoreña de Santa Tecla, estudió finanzas en la Universidad Centroamericana (UCA), donde conoció a su actual mujer. Ahora, ambos viven en España con sus dos hijos, nacidos en el país europeo.

   Ernesto, quien prefiere mantener sus apellidos en el anonimato, narra su historia con prudencia y calma. "Cada vez me cuesta menos hablar sobre el tema, pero sigue siendo difícil", confiesa.

   Y así, tras permanecer unos segundos en el silencio abrumador del que no sabe por dónde comenzar, cambia su expresión e inicia su testimonio.

   Este salvadoreño se casó con su mujer al poco tiempo de finalizar sus estudios. Ambos tenían trabajo estable: él, jefe del departamento de contabilidad de una agencia de viajes y ella, profesora en la universidad en la que se conocieron.

Antes de que las maras, pandillas criminales, irrumpieran en sus vidas, Ernesto y su pareja estaban construyendo poco a poco una vida en común. "Nos acabábamos de mudar, en casa estábamos amueblando todo... Sientes que estás estabilizándote y estás pensando en estudiar algo más, especializarte, tener niños... No sé, estás pensando en crecer según lo planeado".

ENTRE LAS REDES DE LAS MARAS

   Todo cambió un día de camino a la Iglesia, cuando conocieron a su vecino, un joven de 19 años que, debido al ambiente en el que se había criado, ingresó en una mara durante su adolescencia.

   El joven, al igual que la mayoría de los pandilleros, procedía de una familia desestructurada y creció en un barrio marginal donde el control de las maras era, prácticamente, absoluto. "La falta de recursos y oportunidades laborales provoca que muchos jóvenes busquen cobijo en las bandas delictivas", explica Laura Marlene Morán, cónsul de El Salvador en Madrid.

   "Hay barrios en los que si eres un joven de 12 o 13 años tienes que unirte a las maras como forma de supervivencia y protección porque, en el mejor de los casos, te maltratan y golpean", agrega el académico especialista en seguridad ciudadana y pandillas en El Salvador, José Miguel Cruz.

   "En el peor de los casos, lo cual es aún más común, te matan", sentencia Cruz. Una vía alternativa consiste en colaborar con los cabecillas en sus negocios ilícitos de tráfico de drogas y armas.

   Una opción que, según el experto, no merece la pena. "Si colaboras con ellos lo mejor es unirte del todo para, al menos, tener la protección completa". Por eso, en muchas zonas de El Salvador, especialmente en las urbes, "no hay otra opción".

   Pero todo el mundo puede cambiar. O, al menos, así lo creían Ernesto y su mujer. Por ello, a pesar de que tras siete meses de relación comenzaron a perder el contacto con el joven pandillero porque "ya casi no se le veía en casa", a ninguno de los dos se les pasó por la cabeza que este hecho pondría en peligro su seguridad y bienestar. "Nos temíamos que había vuelto a ese mundo. Porque uno nunca sale de una mara, sólo se está, como dicen ellos, tranquilo".

   Pese a sus temores, todo parecía seguir su curso. La pareja continuaba amueblando su casa a principios de mes, cuando recibían sus salarios, y el joven seguía sin formar parte de sus vidas.

   "Todo se mantuvo así hasta que un día empezó a aparcar su coche frente a mi garaje". Esto provocaba que Ernesto tuviera que ir cada mañana a su puerta para decirle que lo quitara, ya que necesitaba usar su vehículo para ir al trabajo. Con este gesto "ya tenía una excusa" para enfadarse con él por despertarle cada mañana, relata Ernesto.

EL NEGOCIO DE LAS RENTAS

   Por ello, no les pilló por sorpresa cuando, tras semanas soportando esa actitud, su vecino les visitó para pedirles una renta. "En una ocasión ya nos había pedido una para él. Nos dijo que necesitaba el dinero para no volver a estar activo en las pandillas, así que le dimos los 60 dólares que nos reclamaba", explica.

   Las rentas son la principal fuente de financiación de las maras. Se trata de pagos a los delincuentes por parte de comerciantes y transportistas, principalmente.

   Es tal el grado de control que tienen las pandillas sobre los ciudadanos, que incluso los colegios privados y algunas instituciones les pagan para garantizar su seguridad. Porque en El Salvador, como sentencia Cruz, "todo el mundo tiene que pagar algo".

   Ernesto se vio de golpe con su vecino en su puerta exigiéndole 300 dólares. En esta ocasión no había excusas. El dinero no era para pagar la renta del joven marero, el dinero era para saldar la deuda que, según el pandillero, Ernesto tenía con él. Le había impuesto una renta "porque sí".

   "Él me impuso el pago. Pero en realidad no sabes quién va a utilizar tu dinero", aclara el salvadoreño.

   Lo único que sabe es que aquel día en el que le aquellos 300 dólares de los que no disponía, no tenía otra opción. "Y dámelo porque sino 'ya sabes' y bueno... Conoces lo que significa ese 'ya sabes' para ellos".

   En ese momento, el salario mínimo de El Salvador rondaba los 200 dólares. Por ello, Ernesto no podía conseguir el dinero "de la noche a la mañana" , le resultaba imposible. "Así que esa vez le di 100 dólares para que me dejara tranquilo".

   Los 100 dólares sólo le sirvieron durante una semana, hasta que le envió un mensaje pidiéndole 2.000 más. "Me dijo que los quería ya, que acababa de matar a alguien y que los quería ya".

   Alguien ajeno a la situación se plantearía evitar el pago de esta cantidad. ¿Y si no lo haces? ¿Si decides no contribuir en la financiación de estas organizaciones criminales? "Esa no es una opción posible si quieres conservar tu vida", apostilla Ernesto.

   Es precisamente en este punto cuando muchos ciudadanos, como Ernesto, comienzan a plantearse la opción de emigrar; buscar en otro país aquellas condiciones que el suyo no puede ofrecerles. Condiciones como la seguridad, que se considera tan obvia en otros puntos del globo.

   "Te quedas bloqueado. Tú ves tu vida y dices: estoy casado, tengo trabajo, ella también... Yo lo tenía todo. Te prometo que lo tenía todo. Pero de repente llega un tipo así y te descoloca todo".

   Ernesto cuenta, visiblemente afectado a pesar de haber transcurrido ya siete años, que no tenía ese dinero. "Es complicado tener 2.000 dólares ahorrados, así que más aún cuando estás construyendo tu casa".

   En otro país, denunciar la extorsión a las autoridades sería la primera opción, pero "en El Salvador las cosas no funcionan así", dice Ernesto.

   "Si llamas a la policía quién sabe si llega o no llega, o si la policía son ellos mismos. Es que no lo sabes. Es un nivel de inseguridad bastante fuerte".

   La reacción de la joven pareja fue coger todas las pertenencias que pudieron, "con las luces apagadas claro", y salir de casa.


   "Dejas todo ahí, dejas tu vida y te vas", dice Ernesto, más para sí mismo que para quien le está escuchando.

LA OPCIÓN DE EMIGRAR

   En menos de una hora, el matrimonio había dejado su casa y se había ido, de manera provisional, al apartamento de los padres de la mujer, también en Santa Tecla.

   Ese mismo día, comenzaron a barajar opciones. Se entrevistaron con el que era el rector de la UCA, quien les ofreció ayudarles con el asilo en Canadá, pero les advirtió de que el proceso duraría medio año. "No podíamos vivir seis meses levantándonos cada mañana pensando que quizás hoy podrían matarnos", dice Ernesto al explicar por qué descartaron esa posibilidad.

   Con 135.500 ciudadanos estimados, según el censo de la Embajada de El Salvador, Canadá es uno de los principales destinos elegidos por los salvadoreños, que constituyen la mayor diáspora latinoamericana en el país de América del Norte.

   En cuanto a mudarse a Estados Unidos, la pareja coincidió en que las posibilidades de que les dejaran entrar "eran mínimas".

   Estados Unidos es la primera opción de los ciudadanos de El Salvador. Según un informe del Pew Hispanic Center, en 2010 se habían contabilizado 1.837.000 salvadoreños, una cifra que habría aumentado en estos cinco años y que supone el 3,6 por ciento de la comunidad hispana en Estados Unidos.

   La mayoría de los inmigrantes que llegan al país norteamericano son pobres y muchos cruzan el territorio por sus propios medios. Para alcanzar 'el sueño americano' deben atravesar antes Guatemala y México.

   "El camino es un calvario. Muchos no entran, otros vuelven mutilados... Además, la situación empeora cada día más", explica la vicepresidenta de la Voz de los Salvadoreños en España, Alicia Pacas, quien cree que el peligroso trayecto provoca que los ciudadanos con recursos suficientes se decidan por Europa.

   La migración al continente europeo tampoco es un camino de rosas. En un acto que tuvo lugar en Madrid, organizado por la Embajada de El Salvador en España, junto con el Ministerio de Relaciones Exteriores salvadoreño y el Consejo Nacional para la Protección y Desarrollo de la Persona Migrante y su Familia (Conmigrantes), una veintena de inmigrantes salvadoreños residentes en España relataron los nervios que sintieron al llegar al Aeropuerto de Barajas, en Madrid, con su pasaporte en la mano y sin tener la certeza de poder pasar las puertas de cristal que separaban su antigua vida de la que les podía esperar en Europa.

   Para Ernesto ese momento fue una mezcla de sentimientos encontrados. "Mi pareja y yo aún estábamos desubicados; un día por la tarde te vas de casa porque recibes una amenaza de muerte y a las 9 de la mañana del día siguiente ya tienes comprado un billete de avión a España para la una de ese mismo día".

   El joven matrimonio tuvo suerte. Pasaron el control de seguridad con éxito y lograron atravesar la puerta de cristal que otros muchos ansían.

   Alicia considera que salir del aeropuerto es cuestión de suerte. Algo que, de hecho, le confesó el entonces embajador de El Salvador en España, Jorge Alberto Palencia Mena.

   Sandra Méndez, otra salvadoreña licenciada en Derecho en su país natal y que también reside en España, coincide con ellos.

   "Hay personas que no han traído ni la mitad de los requisitos que en teoría hay que tener y que han pasado, mientras que hay otras que traen de más (dinero, hotel pagado, tarjetas de crédito, escrituras de su casa...) y les han regresado".

   Alicia no puede hacer más que asentir al escuchar a su amiga, y añade: "No hay una explicación real. Dicen que es 'cuestión del que te toca'".

   "Volvería a El Salvador, claro que lo echo de menos. Pero piensas en cómo vivías, en cómo tenías que estar pendiente de a quién llevabas a tus espaldas y no te compensa. Por lo menos aquí, en España, tengo seguridad. Y eso es algo muy valioso", explicaba una de las afectadas, Elizabeth, que montó hasta tres veces un negocio de cibercafé que las maras se encargaron de destruir.

   "Más que en la Embajada, encontré apoyo en la asociación", reconocía cuando le preguntaron acerca de la ayuda recibida en el país de destino.

   Elizabeth se refiere a la asociación de la Voz de los Salvadoreños en España, presidida por Alexander Anaya, una organización sin ánimo de lucro cuyo objetivo fundamental es lograr que los ciudadanos de dicho Estado residentes en España aprendan a luchar y defender sus derechos.

   Derechos como, destaca la vicepresidenta Pacas, recibir indemnización tras un despido injusto y lograr la obtención de un contrato legal. "Hemos logrado que a algunas les hagan el contrato legal y también tenemos dos casos en el que se les han dado los papeles", dice, orgullosa de su labor.

SOLICITUD DE REFUGIO

   Además, organizaciones como La Voz de los Salvadoreños o la Asociación Salvadoreños en Cataluña (España), también tratan de asesorar a sus nacionales con las solicitudes de refugio o asilo político.

   "Todas las familias que han venido donde nosotros en los últimos tres años han pedido refugio", explica la directora de la organización catalana, María Helena Henríquez.

   "Pero no todos son aprobados. De hecho, deniegan la mayoría de los casos", anota con pesar.

   En Estados Unidos, la mayoría de las veces se lo deniegan porque los abogados no llegan a articular un caso que muestre que emigran por razones políticas o de inseguridad.

   "Los jueces en el exterior no logran entender la gravedad del problema en El Salvador", sentencia Cruz.

   En el caso de España, la realidad es similar. Ernesto fue uno de los tantos salvadoreños que trató de conseguir el asilo en el país.

   A los pocos días de llegar, Ernesto y su mujer fueron a la Embajada de El Salvador en España, donde vieron un cartel sobre la solicitud de refugio. Desafortunadamente, el asilo les fue denegado justificando que su país de origen no se encuentra en guerra, "así que tiene que ser seguro". Una deducción que ha provocado la negación de esta condición a la mayoría de los salvadoreños.

   Pero Ernesto no está resentido por eso, sino agradecido. "No nos dieron el asilo, pero sí la tranquilidad para empezar una nueva vida".

   Cómo iba a estar resentido este salvadoreño si ni siquiera le guarda rencor al joven pandillero de 19 años que le cambió la vida. Un joven que, para Ernesto, merece una segunda oportunidad.

   "Tenía 19 años y estaba perdido. No considero que todos los miembros de las maras sean malas personas, sólo que llevan a cabo malas acciones. Muy malas", responde. Y lo hace con sinceridad.

   Una sinceridad que trata de contener cuando le preguntan si volvería a El Salvador.

   "Claro que te lo planteas. Pero pones la seguridad y lo personal en la balanza y...".

   Y ni aún así lo sabe. La falta de respuestas para una cuestión que sigue quitándole el sueño, y la vida, a El Salvador.