Actualizado 14/11/2018 13:25

Charly, el waterpolista argentino que dejó todo por entrenar a un "gran club" español que resultó no serlo

Carlos Alberto García
CARLOS ALBERTO GARCÍA
   

   MADRID, 5 Sep. (Notimérica) 

   "Hola, estoy saliendo a por una patera, hablamos más tarde". Fueron las primeras palabras de Charly cuando Notimérica trató de contactar con él. Había dejado todo en su Buenos Aires natal porque le ofrecieron entrenar en la granadina ciudad de Motril a un equipo de waterpolo con mucha proyección que resultó no serlo y ahora, mientras decide si continúa buscando oportunidades en España o si vuelve a una Argentina sumida en una de sus peores crisis económicas, colabora con Cruz Roja en las llegadas de inmigrantes que desembarcan en las costas españolas.

   Su amor por el mar nació cuando era muy pequeño. Comenzó a nadar a los cuatro años y a los ocho ya competía en las categorías propias de su edad. Vinculó su vida al mundo acuático de tal manera que a los 16 se convirtió en campeón sudamericano de natación y entró a formar parte de la selección absoluta de esta disciplina. Mientras todos sus amigos enfocaban sus vidas en la carrera universitaria, él seguía averiguando de qué manera podía ganarse la vida a través del agua. Su afición a la mítica 'Los vigilantes de la playa' le llevó a obtener el título de socorrismo y el de entrenador de natación.

   No había cumplido los veinte cuando ingresó en la Prefectura Naval, un cuerpo similar a lo que en España sería Salvamento Marítimo pero más militarizado, como nadador de rescate. De ahí se mudó a Chubut, en la Patagonia argentina, donde durante los siete años que estuvo allí instalado formó una escuela de socorristas. Con la idea de profesionalizar al equipo de operaciones marítimas le mandaron de nuevo a Buenos Aires.

   Pese a que durante todos esos años en los que su vida ya se ligaba al salvamento, a los dieciocho había descubierto que la natación era un deporte demasiado solitario y decidió apostar por el waterpolo, una disciplina, cuenta a Notimérica, tradicionalmente enfrentada con la natación. Los portazos venían uno detrás de otro en forma de "eres demasiado mayor para apuntar a objetivos competitivos".

   Estando en Patagonia conoció en Diadema, un pequeño pueblo de la región, a varios de los jugadores que en los setenta habían competido con el equipo nacional. A los veinticinco y aún con la frustración de saber que se le estaba pasando el arroz deportivamente, se puso a entrenar día y noche en los pocos ratos que le dejaba libre la escuela de socorristas y su trabajo como nadador de rescate en emergencias marítimas. "La gente también me decía que no se podía vivir del waterpolo, que era un deporte amateur pero yo me obsesioné por ser bueno y crecer", recuerda.

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   Dos años más tarde fichó por un equipo regional, luego por la selección provincial y al poco tiempo recibió la llamada de un modesto club italiano que quería contar con él como jugador. Aunque su paso por el Sportivo Roma fue breve, volvió "feliz" y convencido de que podría ganarse la vida con este deporte. Fichó por el Argentinos Juniors como entrenador, la sección de waterpolo de uno de los clásicos clubes de fútbol del país austral, y consiguió ascender a todas las categorías. Motivó a sus jugadores independientemente de su edad. Años antes había tocado las puertas del River Plate, "el club de sus amores", y el entrenador le había vuelto a repetir el mantra de la edad.

   Ese mismo entrenador que a los veinte le rechazó, a los treinta y cuatro, y tras ver cómo las distintas categorías del Argentinos Juniors lo ganaban todo, llamó a Charly para decirle que le gustaría que jugase en la División de Honor y que le ayudara con los entrenamientos de las categorías inferiores. Durante el tiempo que Charly estuvo en River nunca le confesó a su entrenador que años antes le había rechazado.

LLEGADA A ESPAÑA

  Su vida era estable por fin. Trabajaba en Argentinos y colaboraba con River, el mejor club de waterpolo del país. Y de pronto recibe una llamada que, desde el otro lado del teléfono, le ofrece ser el director deportivo del Club Waterpolo Motril, en Granada. Un sueldo que podría llegar a alcanzar los 2.500 euros mensuales, casa pagada, vivir en un entorno privilegiado... "Me quedé helado, mi mujer era fija desde hacía diez años en su empresa y yo hacía lo que me hacía feliz, pensé que ella nunca me diría que nos fuésemos".

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    En cambio, decidieron murdarse. El club granadino le había localizado a través de las redes sociales del Argentinos, en las que colgaba todos los ejercicios que hacía con sus jugadores para demostrarle a todos los que le habían dicho que no se podía vivir del waterpolo que él lo estaba haciendo, y también por medio de una jugadora profesional que Charly y el equipo tenían en común. En España se chocó con una realidad que no tenía nada que ver con lo que le habían dicho. Le habían pintado un Sabadell, un Real Canoe... y se encontró un equipo que se entrenaba en la piscina municipal, que no tenía ni infraestructura propia.

   Cinco meses después de llegar, de comenzar a trabajar, de generar cantera y de que el equipo comenzase a crecer, le despidieron argumentando que no había dinero para pagarle. Así terminó su paso por el waterpolo en España. "Triste, indignado y enojado", lamenta Charly. La justificación que ve al porqué le reclamó el presidente del club no es fácil de encontrar. "Al traerme a mí, salió en todos los medios diciendo que traía un extranjero que sabía mucho y que llevaría el club a la cima en su gestión", considera. El club, por su parte, argumenta a este medio que las condiciones para el salario y la permanencia de Charly en el club eran otras, estaban pactadas de antes y estaban claras por ambas partes.

RECIBIMIENTO A INMIGRANTES

   Aunque su mujer y él en un primer momento pensaron en volverse a Argentina, reflexionaron, miraron atrás, al esfuerzo y sacrificio que habían puesto en este proyecto, y decidieron quedarse. En lo que Charly continuaba buscando trabajo, las llegadas de inmigrantes africanos a las costas españolas comenzaron a multiplicarse exponencialmente. Ambos se apuntaron como voluntarios de Cruz Roja y ahora cada vez que una patera desembarca en Motril acuden al puerto para colaborar en la primera asistencia a migrantes y demandantes de asilo. Ver aquello, explica Charly, le ha hecho relativizar sus problemas.

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   Aunque no está viviendo el 'sueño europeo' que le ha contado a su familia, y pese a que las expectativas de volver a vivir del waterpolo si vuelve a Argentina son escasas, "ver llegar por el mar a quienes de verdad no tienen nada te hace darte cuenta de que tus problemas en verdad no son para tanto".

   En una de estas llegadas conoció a uno de los rescatadores de las lanchas que tiene Salvamento Marítimo en Motril, base desde donde cubren los rescates en el mar de Alborán, que también le comentó la posibilidad de ir como voluntario en el barco de alguna ONG de rescate marítimo. Y en ello está ahora Charly, a la espera de que alguna organización humanitaria le llame para acudir al rescate de quienes se juegan la vida en el mar en busca de una oportunidad en Europa. Esa Europa que ya ha sido hostil con Charly, pero a la que no guarda ningún rencor.

   Mientras sigue buscando en España la posibilidad de adquirir más experiencia en el mundo del waterpolo antes de que en febrero venza su permiso de residencia, intenta mover algunos hilos para volver a entrenar a River, aunque sea como asistente. Y mientras tanto también sueña. Al día siguiente de esta entrevista, un nuevo whatsapp deja claro que no piensa tirar la toalla: "Algún día seré entrenador de la selección argentina y, quién sabe, a lo mejor también del club de mis amores".