Publicado 15/11/2015 08:59

La República de Brasil, una proclamación a toda prisa

   RÍO DE JANEIRO, 15 Nov. (Notimérica) -

   Los brasileños celebran este domingo el día de la República, recordando el status que el país conquistó el 15 de noviembre de 1889 y que tuvo dos rasgos especialmente anecdóticos: no se derramó una gota de sangre y la proclamación fue improvisada a toda prisa.

   Cuando Brasil decidió convertirse en una República ya llevaba bastante tiempo siendo un país independiente: en 1822 Pedro I, el hijo de João VI, proclamó la independencia y se quedó en Brasil como Emperador, pero con el paso de los años la monarquía se fue ganando enemigos, en buena parte por la cuestión abolicionista.

   Y es que el malestar se expandió definitivamente cuando los grandes terratenientes perdieron sus privilegios al ser abolida la esclavitud en 1888 --los propietarios de esclavos no recibieron ninguna indemnización-- así que con los conservadores también en contra los acontecimientos se precipitaron.

   El grupo que planeaba proclamar la República pretendía dar un golpe militar el 20 de noviembre, pero hubo que adelantar los planes a toda prisa porque corría el rumor de que el Gobierno había mandado detener a dos de los principales cabecillas, el mariscal Deodoro da Fonseca y Benjamin Constant.

   Así que la madrugada del 15 de noviembre empezó el golpe, aunque quizá no fuese el mejor momento; cuenta la leyenda que Deodoro estaba enfermo de dispneia y puso resistencia a liderar el movimiento, que en realidad fue relativamente tranquilo: un grito de 'Viva la República' desde lo alto de un caballo y un desfile militar por el centro de Río de Janeiro, la entonces capital del país.

   No hubo una gran presión popular en favor de la República, pero tampoco a favor de la continuidad de la Monarquía. El nuevo modelo de Estado además llegó de forma bastante pacífica, tan solo hubo un herido, José da Costa Azevedo, barón de Ladário; un desconocido le disparó cuando opuso resistencia a su orden de encarcelamiento.

   Mientras las calles de Río de Janeiro eran el escenario del fin del régimen el emperador Pedro II se encontraba en la vecina ciudad de Petrópolis, donde tenía su residencia de verano. Al día siguiente recibió la notificación formal de que debía abandonar el país y la familia imperial brasileña se exilió en Europa. No pudieron volver a pisar tierra brasileña hasta la década de 1920.