Actualizado 23/06/2018 08:31

Los retos que afronta el nuevo presidente mexicano 50 años después del Movimiento de 1968

A man holds a poster while wearing chains, during a march marking the 46th anniv
REUTERS / EDGARD GARRIDO

   CIUDAD DE MÉXICO, 23 Jun. (Notimérica) -

   El año 1968 también fue clave para México. En el 68, cientos de estudiantes, salieron a las calles a exigir un papel activo en las decisiones políticas de su nación. Este movimiento nació en las universidades pero se extendió por todo el país y amplió sus exigencias hacia la defensa de los derechos del ciudadano y la apertura de país.

   El movimiento del 68 surge en el mundo, no solo en México, con motivo del crecimiento económico sostenido tras la Segunda Guerra Mundial. Esta situación de bienestar material desembocó en que la ciudadanía se hiciese autoconsciente de las deficiencias democráticas de sus países.

   Si bien en parte del mundo las demandas del 68 fueron escuchadas y aplicadas por la clase política, en México no ocurrió de la misma forma, con un estado que respondió a estas protestas con acciones como la masacre de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, de la que aún no se conoce el saldo de muertos, pero que supera con mucho el centenar.

   Medio siglo después, el reto de México sigue estando en parte de las demandas del 68, algo con lo que tendrá que lidiar el nuevo presidente mexicano que vendrá a sustituir a Enrique Peña Nieto, el cual será elegido en las elecciones que se celebrarán en el país en menos de una semana, el 1 julio, por un periodo de seis años.

   El oscurantismo que continúa practicando la política mexicana se observa en el hecho de que no existan primarias abiertas en el seno de los partidos, algo que crea rechazo en las bases de los partidos y desincentiva las prácticas políticas entre la ciudadanía.

   El escaso efecto que las políticas e iniciativas impulsadas por la sociedad civil han tenido en el estado mexicano también alimentan esta consideración negativa de la política, una consideración que siguen reclamando colectivos y activistas. Ejemplo de este mínimo impacto son las candidaturas independientes, impulsadas para mejorar la calidad democrática del país, pero que han resultado ser una desilusión debido a que la ley prácticamente bloquea el acceso al poder de ciudadanos sin apoyo de clientelas.

   El cese de la corrupción es otra de las grandes peticiones de la ciudadanía. El sistema político mexicano se entrelaza con las mafias, organizaciones ilícitas que se apoyan en el poder que da lo público para alcanzar sus fines. Delitos como el lavado de dinero, la malversación o el tráfico de influencias se suceden entre la clase política mexicana y suelen ser respondidos con la impunidad. Los corruptos mexicanos cuentan con la garantía que supone una escasa separación de poderes y cierto control sobre el sistema judicial.

DESAFECCIÓN

   La desafección y la desconfianza política mexicana es evidente y se hace patente en las cifras. Ejemplo de esto es el hecho de que el primero motivo por el que una víctima no denuncia un delito es "por causas atribuibles a la autoridad".

   En el caso de los partidos políticos, la percepción ciudadana no mejora: México es el país en el que menos credibilidad tienen los cargos políticos. Lo mismo ocurre con el Gobierno, aprobado por menos del 25 por ciento de la sociedad. Además, solo el 19 por ciento de los mexicanos consideran que su país está progresando.

   La instrumentalización política de la justicia y la impunidad son otros dos hechos que más desafección producen en una ciudadanía hastiada de la clase política, tal y como ha publicado 'Esglobal'.

   La tarea del nuevo habitante de Los Pinos, a partir del 1 de julio, deberá centrarse en aplicar todas las exigencias que llenaron las calles en 1968 medio siglo después de que ocupasen la agenda pública. Aun así, más vale tarde que nunca.