Actualizado 25/03/2019 14:34

La cruda historia de Jaqueline: la hija díscola de un militar "limpio" del chavismo venezolano

Protestas venezuela
REUTERS

   MADRID, 12 Dic. (Notimérica)

   Se ha convertido en demasiado común escribir sobre las dificultades de los migrantes al llegar a España, pero lo cierto es que, en el último año, uno da una patada y aparecen decenas de casos tan escandalosos que no pueden quedar sin ser escritos. Las administraciones están desbordadas, con 60.000 peticiones de asilo en un limbo sin fin, y los nuevos demandantes que llegan a la Policía Nacional se encuentran con un papel que les invita a volver pasados dos años. Con este panorama, el sinhogarismo se está expandiendo como la pólvora en España, pero fundamentalmente en Madrid.

   El éxodo venezolano es una de las grandes patas de esta oleada de inmigración debido a las dificultades de prosperar en el país de Nicolás Maduro, tal y como denuncian la mayoría de los ciudadanos de esta nacionalidad que llegan a Barajas pensando que ante ellos puede emerger una nueva oportunidad. Hay quien emigra por razones meramente económicas y quien lo hace, como Jaqueline, huyendo de un Gobierno que ya la tenía fichada por haber participado en numerosas manifestaciones.

   Con 21 años y en mitad de la carrera universitaria de Derecho y Comercio Exterior tuvo que salir huyendo cuando supo que su nombre figuraba en la "lista negra" del Gobierno venezolano. Se lo advirtió su padre, militar de profesión, al que también se le comenzaron a complicar las cosas cuando su hija decidió secundar las 'guarimbas'. En poco menos de un mes su mejor amiga murió a causa de los enfrentamientos en una de las marchas, supo que estaba embarazada, se casó y cogió un avión rumbo a Madrid sola, dejando allí a su marido y al resto de su familia.

   "Nunca quise venir a España", confiesa Jaqueline a Notimérica al tiempo que reconoce que tomó la decisión tras verse en una situación "de extrema urgencia". Su padre había empezado a sospechar que el nombre de su hija se encontraba entre los "enemigos" del Estado y, aunque nunca podrán comprobarlo, coincidió con un momento en el que a él le tocaba ascender y su ascenso quedó pospuesto sin explicación alguna. No tienen la certeza, pero sí la "gran sospecha" de que el frenazo en su carrera miliar fue "un aviso" que sumado al asesinato de su amiga fue suficiente para tomar la decisión "más dura de mi vida".

   Jaqueline comprendió que debía marcharse y antes de hacerlo quiso dejar todo atado, así que se casó con su pareja al enterarse de que estaba embarazada. Había recibido también unos días antes la llamada de una mujer que se ofreció a recibirle en Madrid y a darle alojamiento, así que vendió sus pertenencias, su padre también, y compró un billete con destino España.

   Al llegar al aeropuerto madrileño fue detenida por no tener el dinero suficiente que pudiera justificar su viaje de turismo, requisito que se exige a la mayoría de latinos para entrar en España. En aquel momento no sabía de la posibilidad de solicitar protección internacional, en su caso por razones políticas, pero tras hacer algunas llamadas supo de esta opción y pidió asilo en la propia comisaría del aeropuerto. Pese a ello, cuando fueron a derivarle a alguno de los organismos que atiende a las personas demandantes de asilo durante sus primeros meses, Jaqueline lo rechazó porque ya tenía con quién quedarse.

   Aquella mujer "finalmente no pudo hacerse cargo" de ella y decidió marcharse a Canarias, donde vivían dos primas de su madre a las que no conocía. "Pese a que me trataron muy bien, fue muy frustrante y siempre supe que era algo temporal", reconoce. Los meses iban pasando y su bebé iba creciendo. Embarazada de casi seis meses decidió volver a Madrid el 4 de septiembre, fecha que recuerda como el día "en que todo empezó a complicarse aún más".

   Se vio en la calle sin tener a dónde ir y se encontró, además, con un desbordamiento de las instituciones. Ni siquiera conseguía cita con un trabajador social que pudiera atenderle en Samur Social o en Cruz Roja. "Desesperada", con 21 años, la tripa de seis meses y tres maletas con todas sus pertenencias que había traído para empezar una nueva vida, acudió a un despacho de abogados venezolano que derivó a Jaqueline a Cáritas.

   Le consiguieron una plaza en Santa Bárbara, una de sus casas de acogida a la que derivan a las mujeres que están solas en los últimos meses de embarazo y les proporcionan alojamiento hasta que sus bebés cumplen los seis meses. Ahí se encuentra ahora Jaqueline, cuya madurez para su corta edad solo se explica entendiendo que el último año le ha hecho fuerte a la fuerza. "Me encuentro bien, no necesito psicólogos ni ayudas, solo me gustaría poder estar en mi casa con mi familia", confiesa la joven, que sabe que por el momento será "imposible" regresar a Venezuela.

NI VOZ NI VOTO

   Siendo poco más que una adolescente comenzó a salir a la calle para participar en diversas manifestaciones. Durante un tiempo, recuerda, uno salía a protestar sin jugarse la vida. "Ahora ya no, en Venezuela no tenemos ni voz ni voto y si tu familia tiene algo que ver con ellos --se refiere al Gobierno-- mucho menos, allí ya no se puede pensar diferente", asegura. El hecho de tener un padre militar afín al chavismo nunca le supuso un problema. "Él nunca me reprochó nada, más bien al contrario". Cuenta que su padre le prevenía "cuando iba a haber soldados en la calle, cuando en las manifestaciones los soldados iban a hacer uso de las armas...".

   Aunque no puede decir lo mismo de todos los militares, pues sabe que algunos de ellos "simplemente trabajan al servicio de Maduro", está segura de que su padre es "un limpio". "No es cierto eso de que todos los militares están comprados o cobran buenos sueldos, mi papá tuvo que vender su coche para poder comprar mi pasaje", reconoce mientras pide a una de sus compañeras del hogar que le preste su conexión a Internet para poder mostrar una foto de su familia y de la casa en la que vivía.

   A pocos días de dar a luz, solo piensa en cuidar a su bebé, en que llegue pronto la resolución sobre su asilo y en encontrar un trabajo que le permita, como muy tarde el verano que viene --cuando tenga que abandonar Santa Bárbara--, ser independiente económicamente y poder reunirse en España al menos con su marido. La opción de volver a su país con el resto de su familia sabe que no será posible "hasta que haya un cambio de Gobierno".

   En su misma situación, en la de esperar la resolución sobre la concesión o no del estatus de refugiados se encuentran, solo teniendo en cuenta los llegados durante 2018, más de 20.000 venezolanos, según los datos ofrecidos por la Oficina Europea de Apoyo al Asilo (EASO, por sus siglas en inglés). Cada uno de ellos con su historia detrás.