MADRID 7 May. (EUROPA PRESS) -
¿Puede una lata de salmón conservada durante más de 40 años ayudar a entender cómo han cambiado los ecosistemas marinos? Un equipo de investigadores de Estados Unidos ha demostrado que sí. Aprovechando conservas procesadas entre 1979 y 2019, han reconstruido la evolución de los parásitos en estas especies del Pacífico, revelando cómo ha variado su carga parasitaria con el paso del tiempo.
La investigación, publicada en la revista científica Ecology and Evolution, se centró en filetes de cuatro especies de salmón -chum, coho, rosado y rojo (sockeye)- capturados en el Golfo de Alaska y la Bahía de Bristol. Las latas procedían de plantas procesadoras comerciales y fueron almacenadas durante décadas por motivos de control de calidad.
UNA CÁPSULA DEL TIEMPO PARA ESTUDIAR PARÁSITOS
Los datos parasitológicos rara vez se conservan durante largos periodos, pero estas latas funcionaron como auténticas cápsulas del tiempo: los tejidos estaban lo bastante bien preservados como para identificar y cuantificar diversos parásitos, incluidos nematodos del género Anisakis, cestodos y trematodos.
En total, se analizaron 178 latas. Los investigadores disecaron los filetes y contaron cuántos gusanos había por gramo de tejido. Descubrieron que la carga de anisákidos había aumentado significativamente con el tiempo en dos especies -el salmón chum y el rosado-, mientras que en el salmón rojo y el coho se mantuvo estable.
MAMÍFEROS MARINOS Y CAMBIOS EN EL ECOSISTEMA
El estudio sugiere que el aumento de parásitos podría estar relacionado con la recuperación de mamíferos marinos protegidos desde los años 70. Estos actúan como hospedadores definitivos en el ciclo de vida de los anisákidos, por lo que su repunte -especialmente de focas, leones marinos y ballenas- habría facilitado una mayor propagación de estos parásitos a lo largo de la cadena alimentaria marina.
UN NUEVO ENFOQUE PARA ESTUDIAR EL PASADO
Aunque el objetivo del estudio no era evaluar si las latas eran comestibles, su utilidad científica ha quedado demostrada. Algunas presentaban oxidación o daños, pero la conservación del tejido permitió realizar análisis detallados sin necesidad de recurrir a muestras frescas o congeladas.
Los autores proponen aplicar este mismo enfoque a otras conservas marinas antiguas -como moluscos o mariscos- para estudiar los efectos del cambio climático y la actividad humana en los ecosistemas. Cada lata, concluyen, puede ser una fuente de información biológica única sobre el pasado de nuestros océanos.