Actualizado 25/03/2019 14:39

Epifanía López, la líder necesaria para acabar con la despoblación de la Nicaragua rural

Migrantes medioambientales
AYUDA EN ACCIÓN
 

   MADRID, 10 Ene. (Notimérica)

   A diario se dan a conocer en los medios de comunicación las consecuencias más visibles del cambio climático: las inundaciones, incendios, olas de calor, sequías... Sin embargo, a menudo se obvian las devastadoras secuelas que dejan estos fenómenos a medio y largo plazo y se ignora a esos millones de personas que se ven forzadas a desplazarse cada año por un efecto mucho más silencioso y lento que deja sin sustento a familias enteras: la degradación ambiental.

   Han transcurrido más de 40 años desde que se comenzara a alzar la voz sobre la situación de las personas que migran, directa o indirectamente, por la degradación ambiental. Aún así, las organizaciones sociales Ayuda en Acción, Ecodes y Entreculturas alertan de que "la complejidad del asunto, junto con la falta de voluntad política, han hecho que el fenómeno de las migraciones climáticas no haya recibido tradicionalmente la atención que requiere". Según las mismas, los Estados "enriquecidos" del norte, junto con las grandes empresas, son los responsables históricos de la mayor parte de las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, las regiones del sur son las que están sufriendo las peores consecuencias del cambio climático. Ya lo alertó el exsecretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon: "El mundo alcanzó un punto de no retorno en materia de cambio climático".

   Y entre esos países del Sur, entendiendo por Sur a los países subdesarrollados o en vías de desarrollo, los centroamericanos y caribeños se encuentran entre los más afectados, según datos de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), aunque parece que en los últimos años algunos Gobiernos van tomando conciencia de ello. En Iberoamérica, Bolivia incluyó en la Ley de Migración de 2013 un título sobre 'Migración por Cambio Climático' y Perú adoptó el pasado 2018 una Ley Marco de Cambio Climático que se dirige a las migraciones ambientales.

   En países menos implicados con este asunto, como puede ser Nicaragua, toca a las comunidades y activistas organizarse por su cuenta. Uno de esos casos es el de María Epifanía López, una mujer valiente cuya implicación ha traspasado no solo las fronteras de su comunidad, rural como la que más, sino que ha llegado incluso a La Haya. Su preocupación por cómo el cambio climático estaba haciendo desaparecer a la comunidad de Buenavista, en el departamento de Madriz, hizo que enfocase su vida, personal y profesional, en trabajar sobre este asunto.

   Corría el año 2009 cuando algunas organizaciones internacionales comenzaron a trabajar en la zona con el objetivo de paliar la deforestación y, por consiguiente, la falta de oportunidades de la comunidad, pero rápidamente los vecinos se dieron cuenta de que la solución a sus problemas "no era la caridad, sino el empoderamiento", relata Epifanía a Ayuda en Acción en un vídeo grabado desde uno de sus terrenos. La ONG, junto con la Agencia de Cooperación Española, inició en 2014 un convenio regional, que abarca estos cuatro países centroamericanos, con el objetivo de fortalecer la capacidad de las personas más vulnerables --mujeres y población indígena-- para que hagan frente a las consecuencias del cambio climático. Y con el objetivo del empoderamiento y la resiliencia de fondo fue como en 2013 nació la iniciativa de crear un banco de semillas que pudiesen vender y les convirtiera en sostenibles por sí mismas. En femenino porque el proyecto ha sido básicamente impulsado por mujeres.

NACE LA COOPERATIVA

   Obtuvieron una ayuda y la invirtieron en sembrar la tierra, las parcelas de todo el que quiso sumarse al proyecto. Comenzaron a administrarse por su cuenta y a los tres años vieron que podían comprar la madera con la que construir su primera bodega. Se constituyeron como cooperativa en 2016 y desde entonces no han parado de crecer. Necesitaban representación legal y, aunque en un primer momento les asustaba esa oficialidad, dieron el paso al frente "para que el país se diera cuenta de quiénes éramos", recuerda Epifanía. Fue ella quien se propuso como cara visible y se convirtió en la presidenta.

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   En aquellas tierras del conocido como 'Corredor Seco' que abarca a Nicaragua, Guatemala, Honduras y El Salvador, la FAO ha alertado de que "se está viviendo una de las sequías más graves de estos últimos 10 años, dejando a más de 3,5 millones de personas necesitando asistencia humanitaria". El organismo de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura estima que se necesitan 17 millones de dólares para mejorar, al menos mínimamente, las condiciones de la población más rural y vulnerable. Sin esperar a esa ayuda, aquellas mujeres empezaron a vender sus semillas, su grano, su maíz... Comenzaron a salir al mercado con sus productos certificados, a participar en ferias y, en definitiva, a evitar que los vecinos de Buenavista se vieran obligados a emigrar. Unos mayores ingresos para la comunidad implicaban, inevitablemente, una mejor alimentación para sus niños.

   Pese a ello, la realidad es que aún a día de hoy llega septiembre y la mayoría de la comunidad emigra hacia las montañas y no vuelve a Buenavista hasta marzo. Contra esa falta de recursos es contra la que quieren luchar. Epifanía lo ve claro: "La proyección y la idea es que haya menos migración porque esta actividad nos permita vivir aquí. Queremos que no se vaya nadie y que pueda haber para comer y para calzarse", añade.

ANTES DE LA COOPERATIVA

   En sus 37 años nunca ha perdido la perspectiva. Viene de una familia "muy muy pobre" en la que no tuvo la oportunidad de ir a la escuela hasta los ocho años. Para su padre, campesino, que sus hijos aprendieran a leer no era importante. Comenzó a ir una vez a la semana y se sacó todos los cursos de la primaria prácticamente a distancia. En 2008 retomó la secundaria, donde realmente aprendió a leer y a escribir bien y también a formarse como líder. Le enseñaron otras mujeres. "Fueron ellas quienes me enseñaron a valorarme", asegura ahora.

   Su presencia como líder indígena, como defensora del medio ambiente y de la tierra, le llevó a representar a la mujer rural en actos organizados por todo el Corredor Seco, pero también fuera de esas fronteras. Estuvo en Perú y también en Holanda. Forma parte de la Red de Mujeres Indígenas, lo que para ella significa no solo ser una mujer activa, cuidar la tierra y evitar que se siga maltratando, sino también "ejercer poder legal sobre ella y que el acceso a su propiedad no sea solo cosa de hombres".

NUEVAS MASCULINIDADES

   Y es que en esa batalla también andan las mujeres de la cooperativa de Buenavista, en la de capacitar a los 400 habitantes de la localidad, hombres y mujeres, en materia de género. "Los hombres han avanzado mucho en la posibilidad de dejar que la mujer se desarrolle, participe en estos espacios y estudie", comenta Epifanía por videoconferencia, sentada en una de las parcelas que hoy son de su propiedad. Hace años ella era la única mujer en medio de cincuenta hombres que tomaban todas las decisiones que afectaban a la comunidad. Y aunque este es un tema sensible con el que se avanza despacio, "sus frutos se recogerán con el tiempo y eso es suficiente para seguir".

   A uno de esos cursos de nuevas masculinidades que ahora se imparten en el pueblo acude Ernesto, el hijo mayor de Epifanía. En ellos se enseña a los hombres --y a muchas mujeres-- a tomar conciencia del respeto a la mujer, así como de las ventajas que tendrá para sus hijas el hecho de no embarazarse a muy temprana edad o de ser propietarias de sus propios bienes. Ernesto tiene 18 años y reconoce que quiere dejar de ser machista. "Mi actitud antes era muy diferente, tenía ese carácter de hombre dominante y posesivo, pero ahora lo estoy haciendo desaparecer", afirma.

   También está volcado con crear conciencia para que los y las jóvenes entiendan la importancia de la formación. "Queremos ser profesionales con valores para ser un ejemplo para los demás. Quiero reproducir las actitudes de mi madre y quiero aportar a la comunidad motivación, interés y entusiasmo. Convencer a las personas de que la formación es importante, buscar la manera de integrarnos en las comunidades", sostiene el joven.

   Epifanía le mira, orgullosa de ver cómo su hijo sigue sus pasos. A él y a sus otros dos hijos les cuenta lo mismo que a todas las mujeres que forman la cooperativa: que el reto es seguir creciendo y que sean los jóvenes quienes tomen las riendas de cara a mejorar las parcelas y tener mayores ingresos. Ha costado mucho pero ya están en el camino, ahora solo hay que caminar.