Actualizado 10/08/2016 08:19

Las infancias rotas del Paraguay

Infancia triste, maltrato, infantil, muerte, abuso
PIXABAY

   Por Sonia Agudo Capón, miembro del Departamento de Proyectos de la Fundación Internacional Baltasar Garzón (FIBGAR)

   MADRID, 31 May. (Notimérica) -

Tomás y Ramona son un matrimonio acomodado. Él es un sargento militar retirado que disfruta su jubilación en una distinguida casa de Vaquería junto a su esposa, docente y funcionaria del Registro Civil. Son una pareja adinerada e influyente en el departamento de Caaguazú. Podrían parecer ciudadanos afortunados del Paraguay a los que nunca les apremia la necesidad. Sin embargo, representan una de las caras más inhumanas de su país.

   Cuando Carolina Marín llegó a casa de sus tutores tenía tan sólo tres años. En el hogar de acogida Mboraihu consideraron que como "criadita" le esperaba un futuro mejor. Sin embargo, la niña nunca cumpliría los 15. Tampoco le esperaba ninguna fiesta de cumpleaños.

   Lo sabía ella, y todos esos vecinos que tan bien conocían sus gritos. Tras una corta vida marcada por la explotación laboral y el maltrato, Tomás y Ramona la mataron de una paliza.

   La conocida pareja alegó a las autoridades que sólo aleccionaron a Carolina "con una ramita de guayaba". Sin embargo, varios testigos detallaron a la Fiscalía cómo la metieron en el interior de su casa, donde Tomás se ensañó con ella a puñetazos y patadas, tras lo cual Ramona la golpeó fuertemente con un objeto contundente. Carolina murió por una hemorragia interna causada por politraumatismo severo. Le arrancaron la vida de una forma ensordecedoramente violenta. Se fue de este mundo, como muchos otros "criaditos", cargando con cicatrices y golpes demasiado antiguos para su edad.

   Una sola denuncia antes de aquel pasado 20 de enero podría haber evitado que Carolina fuera asesinada. Los vecinos escucharon impasibles y durante años cómo el matrimonio descargaba toda su violencia contra ella, quebrantando su infancia con absoluta impunidad. Como otros muchos en Paraguay, cómplices silenciosos de una esclavitud infantil normalizada y temerosos del poder de las familias explotadoras, nunca denunciaron.

   Carolina hoy ya no existe. Pero su historia impone un rostro ineludible a esta realidad que castiga con dureza la infancia en Paraguay: el criadazgo. Red invisible de explotación laboral de niños y adolescentes que, como práctica cultural, no sólo sobrevive en el tiempo, sino que es popularmente respaldada.

"¿No tenés una nena de diez, doce años que pueda venir a limpiar y jugar con mis niños?", es una pregunta común en la sociedad paraguaya, que actúa como hilo conductor de un delito que involucra a todas las clases sociales. Tras la máscara de intercambios de "buena voluntad" entre normales familias, la imposición delincuente de un criadazgo que siempre atenta contra los derechos de niñas y niños.

   El perfil habitual es el de niñas de cinco a nueve años de edad extraídas de sus hogares y enviadas a familias mejor posicionadas socialmente, donde son iniciadas en las tareas domésticas a cambio de vivienda y comida. Los intermediarios de ese tráfico suelen ser su propia familia, quizás por ello culturalmente el criadazgo está no sólo aceptado, sino bien visto. Este tráfico se da sin ningún tipo de control y fuera del amparo y protección de la ley.

   El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) manifestó que las largas jornadas de trabajo obligan a los "criaditos" a dejar sus estudios, por lo que nunca logran acceder a mejores ocupaciones en el futuro y superar su situación de pobreza. Muchos son además víctimas de maltrato físico y psicológico. Son frecuentes los abusos sexuales y las violaciones, especialmente contra las niñas, cuyo porcentaje supera a menudo el 80 por ciento o el 90 por ciento del total. Las estadísticas indican que con el paso del tiempo una gran cantidad de las mismas son víctimas de la explotación sexual.

   El Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas ha recomendado al Estado paraguayo en repetidas ocasiones adoptar medidas para la eliminación del criadazgo. UNICEF ha pedido recientemente al país fortalecer las condiciones económicas de las familias de origen para favorecer que puedan ocuparse plenamente de la crianza de sus hijos. Las denuncias de criadazgo aumentaron un 500 por ciento en 2015. Ese año, la secretaría estatal presentó una realidad desoladora: casi 4.000 niños y niñas de entre 9 a 14 años de edad fueron vulnerados en sus derechos, los casos de maltrato físico llegaron a 498, los de abuso sexual a 298 y los registros de abandono fueron 115.

   Quizá una ley que penalizara la explotación y la violencia contra menores hubiera obligado a Tomás a pensárselo dos veces antes de ponerle un dedo encima a Carolina. En Paraguay viven en situación de criadazgo 46.993 menores, lo que representa el 2,5 por ciento del total.

   Estas cifras sólo se justifican en un país que tolera la servidumbre en sus niños, que con impunidad perpetúa la esclavitud de un pasado colonial y autoritario.

   La cara de Carolina es la de miles de criaditos que arrastran el dolor de una infancia truncada y un futuro inexistente; su muerte, la evidencia de un país que no protege a sus niños y la vergüenza de una sociedad que, indulgente, justifica con su silencio el asesinato de su niñez.