Actualizado 06/09/2018 11:37

Irma Alicia Velásquez, la líder guatemalteca dispuesta a pagar con su vida por la defensa de los pueblos indígenas

Irma Alicia Velásquez, líder indígena guatemalteca
SKYLIGHT

   MADRID, 21 Mar. (Notimérica)

   En kiché, una de las veintidós lenguas mayas de Guatemala, Nima significa 'grande' y Tuj quiere decir 'baño de vapor'; que en la cultura maya identifica a las personas que vienen de la tierra de los baños calientes. Pese a ser solamente un apellido, esta referencia marcó la vida de Irma Alicia Velásquez Nimatuj, convertida hoy en una de las líderes indígenas más reconocidas de Guatemala, pero obligada a ocultar su origen maya durante más de veinte años para sobrevivir en un país que en aquella época atravesaba un conflicto armado donde el racismo hacia los pueblos originarios era salvaje.

   Vistiendo con orgullo su colorida ropa, nada más empezar a hablar en La Casa Encendida --uno de los centros culturales más míticos de Madrid al que acudió invitada por la Asociación de Mujeres de Guatemala--, Irma se define como una privilegiada que pese a su condición de indígena pudo formarse tanto dentro como fuera del país, además de considerarse igualmente afortunada por poder vivir en primera persona el momento histórico que atraviesa Guatemala, algo que irá desgranando a lo largo de toda la entrevista. Con la vista puesta en el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial que se celebra este miércoles, dice de sí misma que es una luchadora por la defensa de la justicia y que volvería a dar todos y cada uno de los pasos que a lo largo de su vida ha dado para garantizar los derechos de las poblaciones indígenas tanto en su país natal como en el resto de América Latina.

   Nació hace cincuenta años en una familia de padres comerciantes que pese a su analfabetismo entendieron que si su hija quería sobrevivir a la guerra debía aprender castellano y le enviaron a una escuela privada donde su característico pelo negro tizón que siempre llevaba peinado con trenzas la marcó como una niña indígena. Su madre quería que además de castellano aprendiese matemáticas para heredar el negocio de comerciantes, pero por fortuna su padre entendió sus ansias de estudiar y decidió apoyarle. A los 17 años entró en la universidad y cada dos semanas viajaba desde Quetzaltenango, su provincia en el interior, a la capital para estudiar. Cuando el Ejército le preguntaba qué era lo que iba a hacer allí, siempre decía que se dedicaba al cuidado de niños. Si hubiese dicho que iba a estudiar siendo mujer e indígena, "estoy segura de que me habrían matado", relata a Notimérica.

   El precio a pagar por estudiar periodismo fue renunciar a su identidad, despojarse de su ropa y no volver a usar su segundo apellido. Una vez en la universidad tuvo que desprenderse por completo de cualquier muestra que diese a entender su origen. Durante aquellos años fue testigo de las atrocidades cometidas por la policía hacia sus compañeros estudiantes cada vez que salían a reclamar mejoras en el sistema. Con lágrimas en los ojos aún a día de hoy recuerda cómo el Ejército bajaba a sus colegas de los autobuses y nunca más los volvía a ver y se sorprende de que ella pasase por más de cien retenes y nunca se quedase. Fue un "milagro" estar viva después de aquello, expresa mientras recuerda que la mitad de sus profesores de universidad fueron asesinados y la otra mitad continúan desaparecidos o exiliados en México.

   Terminó la carrera y entró a trabajar en el periódico más importantes de la época, que también era el más conservador. Allí tuvo que escuchar a diario las burlas de sus compañeros de redacción hacia los indígenas y de nuevo ocultar su identidad, algo que fue posible precisamente por aquella insistencia de sus padres para que hablase castellano a la perfección. Tras tantos años fingiendo ser quien no era, logró dominar los dos mundos. Con el conocimiento necesario consiguió una beca en la universidad de Texas (EEUU) para estudiar antropología social y allí, por fin, sintió que podía ser quien era plenamente, con toda su identidad.

   Y con ella recuperada volvió a Guatemala, para acompañar procesos de justicia en un país que había quedado completamente devastado tras el genocidio maya que entre 1981 y 1983 se saldó con entre cien y doscientos mil muertos y desaparecidos. Las comunidades indígenas estaban "literalmente sin ropa" y las poblaciones en resistencia que habían huido a la montaña se encontraban "en los huesos".

ACEPTACIÓN Y ACOMPAÑAMIENTO A LAS VÍCTIMAS

   A su vuelta, pensó que sería difícil que sus hermanos mayas le aceptasen, pues ya no era una indígena total, pero no fue así y desde ese momento acompañó al movimiento campesino en todos sus reclamos ante la Justicia. En 2005 se incorporó plenamente a la lucha de las mujeres y desde entonces ha apoyado peritajes en los tribunales del país, además de redactar informes para Naciones Unidas y escribir semanalmente su crónica en algunos de los periódicos guatemaltecos... todo para que en el país se pueda ver con otros ojos a la población indígena, que por otra parte es una mayoría. Pero como ocurriera en la Sudáfrica del apartheid, son una mayoría poblacional pero por supuesto una minoría política.

   Tanto es así, que ni siquiera existe un censo de cuántos son y esto responde, según la líder comunitaria, a que el Estado no quiere ver la enorme cantidad de población indígena que vive en su país porque eso implicaría una redefinición de las políticas públicas y forzaría de algún modo al presidente Jimmy Morales a reestructurar un sistema de partidos que hoy excluye al pueblo indígena "de manera radical".

   Según la activista, lo que se necesita son partidos políticos propios y una nueva ley de participación política que rompa el apoyo económico a los partidos a través de las pocas familias que controlan el país. En su libro 'Guatemala: Linaje y racismo', la escritora Marta Casaús demuestra cómo las familias que llegaron con la colonización son las mismas que siguen manteniendo el poder político a día de hoy, pese a los casos de corrupción que azotan el país que han demostrado cómo hay redes paralelas ligadas a los sectores del poder que son las que controlan el Estado y dejan a la mayoría indígena en una posición de desigualdad social "que da escalofríos".

   Irma lucha incansable hoy por acompañar a las víctimas en los juicios por la Justicia Transicional que tienen que ver con todas las violaciones de derechos humanos que se cometieron durante el conflicto armado y que los supervivientes de las masacres y la tierra arrasada son quienes están empujando. Se siente una privilegiada por poder vivir este momento histórico junto a ellos, ya que sus testimonios son historia viva de todo lo que sufrieron sus pueblos. Para ella esto no tiene solo que servir para la justicia, sino también para las futuras generaciones, para su conocimiento, para que puedan ser formadas y educadas en un entorno libre de violencia y que no pierda nunca la memoria.

   En un país que sigue siendo "profundamente racista", no importan la formación que ella tenga, sus estudios ni su trayectoria, para ellos sigue siendo "una indígena que no vale nada". La extrema derecha, como no duda en denominar a los sectores de poder que controlan el país, la acusan de querer aprovecharse de sus hermanos pobres cuando su versión es que los ricos se sienten afectados porque con más fuerza que nunca ahora los pueblos indígenas reclaman igualdad.

SATISFACCIÓN PROPIA Y COLECTIVA

   Si hay un caso del que se siente especialmente orgullosa es del apoyo logístico que prestó a las víctimas de los abusos que el dictador Efraín Ríos Montt cometió contra ellos en aquellos años marcados "a sangre y fuego" en la historia guatemalteca. Las violaciones, torturas y asesinatos que se llevaron a cabo durante los dos años que se mantuvo de facto al frente del país (1981-1983) serían por fin juzgadas en 2013 por la Justicia guatemalteca. Acusado de genocidio y de crímenes contra la humanidad junto a otros tres generales de su cuerda, la sentencia fue retraída diez días después por la Corte de Constitucionalidad y ahora Rios Montt está enfrentando un nuevo juicio a puerta cerrada que no permite transparencia ni fortalece el Estado de Derecho.

   Pese a eso, sentar en el banquillo al general, intocable hasta ese momento, fue la muestra definitiva de que era posible mover el sistema. Sonríe Irma al recordar cómo empoderó a toda la comunidad verle allí sentado durante los dos meses que duró el juicio, ver cómo las mujeres le decían todo lo que les había hecho, cómo sus hombres violaban a niñas y descuartizaban cuerpos de hombres y mujeres inocentes o cómo les quemaron las aldeas. Fue la primera vez que él y sus súbditos estuvieron obligados a escuchar lo que hicieron cuando eran verdugos. Para el pueblo maya fue un éxito en general, pero también para la activista en particular, que reconoce que por más doloroso que fue, estar presente y con las víctimas durante todas esas semanas fue un acontecimiento de empoderamiento personal que le hace sentir un "profundo orgullo".

   De entre todos los casos en los que ha acompañado a las víctimas, el siguiente del que guarda mejores recuerdos, precisamente por el resultado que se logró, es el de las mujeres de Sepur Zarco. En 2016, las quince supervivientes de aquellos feminicidios del '82 que se cobraron la vida de cerca de cincuenta compañeras cuyos cuerpos fueron instrumentalizados por soldados del Ejército por el hecho de ser negras, indígenas y viudas de campesinos, lograron un hito histórico al conseguir que por primera vez en un país un tribunal juzgase la esclavitud sexual como crimen de guerra. Irma estuvo con ellas casi desde el principio, mucho antes de conseguir una sentencia que finalmente supondría 250 años de cárcel para un militar de bajo rango y 120 para otro de rango medio.

   Nunca quiso verlas como colectivo, sino individualmente. Aunque todas eran víctimas de situaciones muy similares, quiso dar voz a cada una de ellas para que los jueces vieran en ese momento cómo aquellos hechos cambiaron sus vidas y las de su comunidad para siempre; pero también, según ella, las de Guatemala. Agarrando su falda negra con rabia, lamenta que nunca habrá forma de reparación frente a la violencia sexual, la servidumbre y la esclavitud que sufrieron.

MIEDO

   Es inevitable preguntarle si tiene miedo. En los últimos años, pero especialmente en los últimos meses, rara es la semana en la que no se asesina a algún líder de poblaciones indígenas en Centroamérica, México, Brasil o Colombia, entre otros. La exposición a la que se someten, lejos de ser garantía de protección, les convierte en un blanco fácil para quienes arreglan sus diferencias políticas a balazos en países donde la impunidad es la reina de la justicia. Ocurrió con la hondureña Berta Cáceres, amiga de Irma y líder por la defensa de la tierra en su país, y ocurre casi a diario en otros puntos. El último, el de la brasileña Marielle Franco, asesinada el pasado miércoles a los 38 años cuando se consolidaba como estrella emergente del Partido Socialismo y Libertad.

   Ante la pregunta, Irma no titubea: "Todo lo que hago lo hago por si en algún momento no vuelvo. Soy consciente del peligro". Las decenas de precauciones que tiene que tomar le impiden vivir una vida normal. Jamás camina sola por un parque, ni sale a comer con sus amigos a lugares públicos. Hace años que no va al cine y usar el autobús es un lujo que ya no se puede permitir, porque sabe que si lo hace es muy posible que no vuelva a casa. Son límites que ella se ha autoimpuesto por su propia seguridad y para los que cuenta con el apoyo y la complicidad de las comunidades, que le ayudan a protegerse.

   Pese a todas estas limitaciones, sigue formando a jóvenes tanto en Guatemala como fuera para que sigan documentando todo lo que ocurrió en el país caribeño hace casi cuarenta años. Quiere dejarle a su hija un país mejor del que ella tuvo y mucho mejor del que tuvieron sus abuelos. Por ello hoy, cuando luce de nuevo sus trajes en público y pelea por defender a los indefensos, queda confiar en que las estrategias que su padre le enseñó de joven para distraer a los militares le sirvan ahora para protegerse de quien pueda estar pensando en arrebatarle la vida.