Actualizado 23/01/2019 14:37

María, la peruana transexual que se vio en la calle cuando su familia descubrió su condición

Mujer
PIXABAY
 

   MADRID, 30 Nov. (Notimérica)

   María no es su nombre real. Tampoco la mujer de la foto que ilustra esta noticia es ella. No quiere que su cara se haga pública por diversas razones. La primera, porque tiene miedo a represalias de su familia; pero también porque teme no encontrar trabajo o ser insultada. Es peruana, tiene 26 años, es transexual y se encuentra en situación de sinhogarismo en Madrid desde que en julio su familia le echara de casa cuando decidió comenzar a maquillarse y a vestirse como una mujer.

   Vino a España hace tres años, donde su madre y su padrastro residían ya desde hacía una década. Emprendió el viaje una vez que finalizó sus estudios en Administración y Negocios Internacionales con la esperanza de poderse sentir más protegida en un país en el que, a diferencia del suyo, pudiera salir a la calle sin exponerse a agresiones. Su historia comienza desde niña, cuando empezó a sentir que pese a haber nacido con un cuerpo de hombre "realmente era una mujer".

   Con su peluca rubia de media melena, su ropa ajustada y unas enormes gafas de sol, parece difícil entender cómo creció ocultando esta situación a su familia en particular y a la sociedad en general. "En Perú no habría podido ni salir a la calle si hubiera decidido iniciar allí mi transformación, así que siempre viví ocultándome y escondiendo quién era realmente", cuenta María a Notimérica mientras acompaña una manifestación en el centro de la capital con motivo del Día Internacional de las Personas Sin Hogar.

personas sin hogar

   Desde que llegó a Madrid realizó decenas de entrevistas de trabajo, pero en ninguna de ellas le contrataron. Si bien reconoce que nunca le han rechazado específicamente por su condición física o sexual, sí sospecha que los constantes 'noes' responden más a ese factor que a su posible falta de preparación profesional. "A amigas mías les han dicho que no quieren trans. Yo no he tenido literalmente esa respuesta, pero en el fondo sé que es por mi condición", confiesa.

   En vista de que las posibilidades laborales no llegaban, decidió seguir formándose. En 2017 se matriculó en un máster de Contabilidad y la que iba a ser una nueva oportunidad para María se convirtió en el principio de su calvario. El mismo día que terminaba el curso, en febrero de este año, le diagnosticaron un linfoma en la garganta. Durante el primer mes y medio compaginó las prácticas profesionales como administrativa en una empresa de marketing con las sesiones de quimioterapia, "haciendo un esfuerzo por estar bien".

   La quimioterapia fue haciendo efecto y el linfoma comenzaba a reducirse, así que María se vio con las fuerzas suficientes para empezar esa transformación física que llevaba esperando desde niña. Empezó por el maquillaje y la ropa, pero lejos de recibir el apoyo familiar, su madre --perteneciente a una "religión" que la joven peruana no quiere desvelar pero cuyas "normas y leyes" no le permitirían seguir viviendo con "una hija así"--, le obligó a abandonar la casa. "Mi faceta femenina empezaba a ser muy notoria, así que me vi en la calle", recuerda. Aquello fue en julio y durante las primeras semanas vivió en casa de unos amigos, a la espera de que algún albergue del Ayuntamiento o la Comunidad de Madrid le ofreciese una plaza.

   Contactó con los responsables del programa LGTBI de la Comunidad y a las pocas semanas, cuando se quedó una cama libre en el albergue de San Martín de Porres, recibió la llamada para ingresar en él. Podría parecer que ese hecho solucionaba en cierta medida su problema --y de alguna manera así fue--, pero, según detallan los expertos, el "drama del sinhogarismo va mucho más allá de no tener alojamiento ni comida".

BULIMIA Y DEPRESIÓN

   María piensa igual. Si bien esas primeras necesidades fueron rápidamente cubiertas, el trastorno psicológico que hay detrás es lo que más le pesa. En su caso, todo el trauma que le supuso verse en la calle y con la leucemia le reavivó, además, una enfermedad del pasado que pensaba tener superada. La bulimia que sufría con dieciséis años cuando sus compañeros de instituto le hacían 'bullying' por su físico volvió. "La mayoría piensa que encontrando un centro ves un poco la luz, pero eso es muy lejano a la realidad. Eso es por un periodo, pero siempre va a estar la angustia de la incertidumbre por mejorar la situación", reafirma.

   Por esa razón da tanta importancia a que en los centros de acogida diseñados para personas sin hogar haya también educadores y psicólogos. En la actualidad, María está recibiendo atención por parte de los mismos tanto para afrontar la bulimia como para superar la depresión en la que está inmersa y de la que, "por fortuna", cree que está saliendo. También se reúne tres veces a la semana con los educadores sociales, que le orientan en la búsqueda de empleo y tratan de paliar su frustración. "Me considero una persona desarrollada, preparada para desempeñarme en cualquier empleo que tenga que ver netamente con la administración, la economía, las finanzas... pero no me dan la oportunidad", lamenta.

   No tiene ningún tipo de ingreso económico. En septiembre solicitó la conocida como REMI, la renta mínima de inserción cuya cuantía ronda los 400 euros en la Comunidad de Madrid, pero aún está a la espera de la resolución.

TRANSFORMACIÓN PROCESO

   En Perú, dice, habría sido imposible mostrarse como lo hace en España. Su apariencia de mujer en su país natal le habría supuesto "muchos problemas". Aunque ahora se ve con fuerzas para iniciar el tratamiento de hormonas hasta llegar a una "transformación completa", hasta el momento no había sido posible por estar sometiéndose a la quimioterapia. Por eso comenzó a principios de año a maquillarse y a cambiar su vestuario, como una primera fase de este proceso, aunque aquello le supusiera verse en la calle.

   Pese a que tiene que someterse periódicamente a pruebas de control, confía en salir pronto de esta situación. "Sueño con encontrar un trabajo y lograr independizarme", asegura. Los ratos libres que le quedan, que "desgraciadamente" son muchos, trata de pasarlos con algunos amigos que al contrario de su familia han seguido a su lado con todo esto. Por el momento deja pasar los días con una fecha ya cercana en el punto de mira: a mediados de diciembre tiene la primera cita con el endocrino que le dirá si puede comenzar su tratamiento de hormonas y convertirse por fin en la mujer que siempre ha sentido ser.