Actualizado 26/09/2018 10:03

Nancy, la doble superviviente de la peor masacre cometida por los paramilitares en Colombia

Nancy El Salado
NANCY EL SALADO

   MADRID, 3 Ago. (Notimérica)

   En el año 1997, los paramilitares entraron a El Salado, una pequeña localidad del departamento colombiano de Bolívar, y asesinaron a sangre fría a cinco personas. En aquel momento todo el pueblo huyó. Tres años después, más de doscientas familias decidieron volver para recuperar sus tierras, pero no sabían que lo peor estaba por llegar. Las fuerzas paramilitares, de nuevo, entraron a la comunidad y en esta ocasión asesinaron, de la manera más cruel, a 66 hombres, mujeres y niños. La de El Salado se conoce como la peor masacre de Colombia en los años que duró la guerra.

   Nancy tenía 16 años cuando vio cómo entraban en su pueblo decenas de hombres armados de las llamadas Autodefensas Unidas de Colombia "con el único propósito de asesinar" a algunos de sus vecinos a los que acusaban de formar parte de la guerrilla o de colaborar con ella. "El Salado, por su ubicación, era un corredor de las FARC, pero nunca ninguno de nosotros fuimos guerrilleros", relata desde el otro lado del teléfono a Notimérica. Todos tuvieron que huir y el pueblo se convirtió en un lugar fantasma.

   Pese a mudarse a las ciudades cercanas, la vida no mejoró para estas familias que se habían ganado la vida históricamente con la agricultura y la pesca y que de pronto se encontraron viviendo hacinadas en suburbios urbanos. Por fortuna, la gobernanza de El Salado siempre se mantuvo y cuando la Junta comunal puso sobre la mesa la posibilidad de retornar fueron muchos los que se sumaron, entre ellos Nancy su familia.

   Volvieron en 1999 y, cuando apenas comenzaban a rehacer sus vidas, el 18 de febrero de 2000, los paramilitares aparecieron de nuevo por allí para terminar el trabajo que habían dejado a medias años atrás. Nuevamente con la consigna de la lucha contra las FARC se presentaron en el pueblo y reunieron a cientos de personas allí. La masacre fue al azar. Se estremece Nancy al recordarlo a pesar de que hayan pasado casi dos décadas.

   Lo recuerda así: unos tipos con las caras tapadas obligaron a arrodillarse a todo el que consideraban combatiente de la guerrilla. El que no accedía, directamente recibía un tiro. Así mataron a una prima de Nancy. Después, una vez en el campo de fútbol y con todos los arrodillados, los militares se entretenían eligiendo números al azar. "Contaban del 1 al 10 y al que le tocaba el 10 le mataban. Después del 1 al 30, otras veces decidían que el número 6, por ejemplo, sería quien debía morir". Mataron indiscriminadamente.

   Cree que el Gobierno, presidido en aquel momento por Álvaro Uribe, fue cómplice de todo aquello. "El Gobierno cerró las vías para salir y dejó que nos masacraran", afirma convencida Nancy, que además recuerda que "hoy la Comisión de la Verdad, Justicia y Reparación ha demostrado que efectivamente personas activas de las fuerzas militares estuvieron implicadas en aquello". Pese a todo, estamos en agosto de 2018 y hasta la fecha tan solo un alto cargo de la Policía está inmerso en un proceso judicial por este asunto.

   Tras la gran masacre todas las familias abandonaron de nuevo el lugar y volvieron a la ciudad, con la esperanza de reconstruir sus antiguas vidas rota y el pesar de haber perdido a muchos de los suyos. Nancy entró a la universidad, pero tuvo que dejarla para comenzar a trabajar y contribuir a la economía familiar. Es la mayor de seis hermanos. La historia volvió a repetirse, un pueblo "con garra" quiso recuperar lo que era suyo y cerca de dos mil personas consensuaron volver en 2001. "Regresamos con la ilusión de volver a hacer algo porque sabíamos que se había perdido mucho de lo que había dado fortuna, orgullo y vida a este pueblo", asegura Lucho Torres, uno de los impulsores de aquel retorno definitivo.

   A diferencia que en la primera ocasión, esta vez el Gobierno colombiano, ya presidido por Juan Manuel Santos --quien firmó la paz definitiva con las FARC en 2016--, se volcó en una operación nacional para recuperar El Salado y convertirlo en un símbolo de la nueva Colombia. Las empresas financiaron las carreteras de acceso, las torres de telecomunicaciones, las dotaciones culturales y construyeron un nuevo barrio.

JUNTA DEL AGUA

   También en esta ocasión aparecieron las organizaciones sociales. La Fundación Semana, junto con Ayuda en Acción y Ferrovial a través de su área de responsabilidad social detectaron que el agua que estaban consumiendo los 1.970 habitantes que se decidieron a volver tras la segunda masacre no era apta para el consumo humano. Las tres organizaciones, a través de la construcción de una potabilizadora y la canalización el agua, han conseguido mucho más que llevar agua potable a las familias.

   Se ha instaurado en El Salado una cultura de pago que anteriormente no existía, pues nadie pagaba por un servicio de agua que llegaba dos veces a la semana y con "residuos alcalinos, heces y cal", según cuenta la propia Nancy. Si en el pasado tan solo un veinte por ciento pagaba por el agua, hoy lo hace un ochenta. Cada mes, las personas que forman la Junta del Agua pasan por las casas cobrando los recibos. 5.000 pesos colombianos --menos de un euro y medio-- que prácticamente todas las familias se pueden permitir y cuyo monto se estableció en asamblea entre Ferrovial y la comunidad.

   Aunque en un primer momento ese agua cristalina y potable les "sabía rara", dice Nancy que hoy ya se han acostumbrado, y que el hecho de recibir agua cada día de 9 a 15 horas, además, ha reducido considerablemente las enfermedades intestinales y respiratorias que antes padecían los habitantes de El Salado.

   Hoy el pueblo recobra el sentido de lo que en el pasado fue y Nancy trabaja como presidenta de la mesa de Educación de esta comunidad en la que todas las decisiones se toman en asamblea. Ha perdonado, es su clave para mitigar el dolor. "Poner un rumbo norte de reconstrucción". Cree que esto es lo que, como ella, tratan de hacer las víctimas de la última guerra abierta en América Latina que ha dejado más de 260.000 muertos en estos cincuenta años.