Actualizado 09/08/2017 09:11

La lucha de los indígenas mbya de Paraguay por la "tierra sin mal"

Niñas de la etnia indígena mbya guaraní en Paraguay
MARTA ISABEL GONZÁLEZ/MANOS UNIDAS
La misionera Rosalía García en Paraguay Clases de mecánima en la comunidad indígena de Pas Proyecto de piscicultura en la comunidad indígena

"No se trata tanto de ayudar económicamente, que se necesita muchísimo, sino de respetarnos"

MADRID, 9 Ago. (EUROPA PRESS) -

Los mbya guaraníes son una etnia indígena de Paso Yobái, en el sur de Paraguay, la más atrasada de todas la que viven en el país suramericano, debido a una arraigada discriminación social y al desarrollo de proyectos agroindustriales que les han despojado de sus medios de vida. Pese a ello, se resisten a renunciar a la búsqueda de "la tierra sin mal" prometida por sus ancestros.

Rosalía García, carmelita teresiana de casi 78 años de edad, trabaja desde hace 26 años con los mbya guaraníes. Ella y otras dos misioneras levantan solas un proyecto basado en la formación profesional con el que pretenden "hacer surgir de la pobreza" a las comunidades nativas pero "siempre desde el respeto a su forma de ser y estar, a su cultura".

García cuenta, en una entrevista concedida a Europa Press, que cuando llegaron por primera vez a Paso Yobái los mbya "huyeron como fieras" de ellas. "Sentían rechazo hacia los blancos" y no es de extrañar porque "cuando preguntas a los más antiguos del lugar qué paso con los indígenas" --que antes ocupaban todas estas tierras-- "dicen que se marcharon, pero la verdad es que los fueron arrinconando".

Por un lado, la propia sociedad porque "todavía existe esa idea colonial de que los indígenas no tienen alma", lamenta. El Estado "les hizo paraguayos, pero solo en los papeles", sin garantizar al mismo tiempo el acceso a la sanidad y a la educación y a sus medios de vida.

En una última arremetida, el Gobierno está intentando convertir su tierra, que gestionan como una propiedad común, en parcelas privadas "para convencerles después para que las vendan y se queden sin nada". "Son tierras muy buenas, muy productivas, entonces son como un imán", indica García.

Y, por otro lado, la industria agraria. "Tienen muchas invasiones", de los 'brasileiros' que se dedican al cultivo intensivo de soja, lo que obliga a fumigar, algo que puede llegar a ser mortal para las comunidades nativas, y también de "campesinos pobres, aunque muchas veces incitados por los grandes" terratenientes.

Este "acoso" ha obligado a los mbya guaraníes a abandonar su tierra, su hogar, lejos de los bosques y arroyos que durante siglos les han servido de sustento. Una etnia de cazadores y pescadores ha sido empujada a trabajar como jornaleros sin tener la más mínima noción agraria y por sueldos hasta un 40 por ciento inferiores a los que cobran los demás paraguayos.

"El principal problema que tienen es el olvido y el desprecio al que están sometidos", que les ha sumido en la pobreza y ha cerrado todas las vías para salir de ella, señala la religiosa gallega, que trabaja desde 2004 en proyectos de Manos Unidas en Paraguay.

Al margen de las consecuencias netamente materiales, García ha hecho hincapié en el trauma que ha supuesto para los mbya guaraníes abandonar su hábitat porque "para ellos la tierra lo es todo, es su cultura". "Toda su vida está dirigida a buscar y encontrar la tierra sin mal que se les prometió", explica.

García --que confiesa que con este tema es "un poco fanática"-- se revuelve contra esta discriminación. "¿Acaso no son personas?", cuestiona y destaca que "son comunidades con valores espirituales y morales inmensos" que en ocasiones "pueden ser mejor que los nuestros". "Por ejemplo, hay un respeto y un amor hacia la mujer muy grandes", apostilla.

UNA ESCUELA PROFESIONAL

A pesar del rechazo inicial, "ahora son muy receptivos". "Poco a poco, con amor, con paciencia y, sobre todo, con respeto fuimos entrando y hoy formamos una familia. A mí, estar trabajando estos 26 años con ellos, es de lo mejorcito que me pudo pasar", asegura.

Estas tres carmelitas teresianas han logrado levantar, con la financiación de la ONG religiosa, una escuela agropecuaria. "Nació en una noche de insomnio porque pensamos que ya teníamos escuela primaria pero no había nada para hacer después. Ya llevamos varias promociones. Para mí, es el gozo más grande", revela García.

En un principio, el objetivo era ofrecer a los jóvenes indígenas una profesión que les permitiera romper el bucle de la pobreza. Aunque los mbya guaraníes nunca han sido agricultores, pensaron en darles formación agraria porque, sin acceso a los recursos forestales, "ya es lo que les queda".

Sin embargo, el exitoso resultado y la demanda de los propios mbya guaraníes han hecho que el currículo se vaya ampliando. Se han puesto en marcha talleres de mecánica, costura y cocina y, como complemento, les enseñan principios legales para que sean capaces de defenderse ante los numerosos "atropellos" a los que están expuestos.

García hace ver lo paradójico de la situación. "La educación para ellos era un retroceso", porque la formación que se les ofrece desde el sistema estatal supone arrollar su cultura, y "les empezamos a concienciar hasta que ellos mismos nos la pidieron", primero con clases improvisadas bajo los árboles y finalmente con la escuela.

Además, el proyecto educativo ha traído consigo un mayor bienestar para toda la comunidad. La escuela tiene aulas y dormitorios para los alumnos, así como otras instalaciones de uso social, como una cocina y un comedor, todo ello con agua y electricidad. Incluso ha conseguido vacas y gallinas y "dos pequeñas piletas con peces".

CUESTIÓN DE "RESPETO"

García está convencida de que la clave del éxito es "respetar su cultura". "Muchas veces parece que los misioneros siempre vamos a evangelizar pero no es nuestro camino, no va por ahí ¿Cómo vamos a cristianizar a una persona que tiene el estómago vacío?", plantea. "Nuestro trabajo es dignificarlos", aclara.

La carmelita teresiana está convencida de que "si la sociedad paraguaya se diera cuenta de lo que le pueden dar los indígenas, les tratarían de otra manera", si bien al mismo tiempo subraya que el objetivo no debe ser su integración absoluta, sino la convivencia desde la tolerancia.

Así, su llamamiento para este 9 de agosto, Día Internacional de los Pueblos Indígenas, es claro: "no se trata tanto de ayudar económicamente, que se necesita muchísimo, sino de respetarnos (...) Saber ver que el otro puede tener valores como los míos o incluso mejores. La Humanidad cambiaría si estos fuera verdad, si buscáramos entre todos la tierra sin mal".