Actualizado 30/03/2017 09:12

La trágica vida de Petiso Orejudo, una de las crónicas más negras de la historia argentina

   BUENOS AIRES, 31 Oct. (Notimérica) -

   Quizás el nombre de Cayetano Santos Godino no sea del todo conocido si se tiene en cuenta que el pseudónimo con el que apareció en los tabloides argentinos fue 'El Petiso Orejudo'. Lo hizo por ser uno de los asesinos en serie más conocidos del país, responsable de la muerte de cuatro niños y varios intentos de asesinato.

   Nació el 31 de octubre de 1896, de la misma manera que encontró la muerte: a golpes. Su padre, Fiore, originario de Italia, era alcohólico y maltratador. Contrajo sífilis antes de su nacimiento, una enfermedad que transmitió a su mujer, Lucía, quien dio a luz a siete hijos en total.

La familia estuvo marcada por diferentes dolencias, ya que el Petiso estuvo a punto de morir a causa de una enteritis, además de que su hermano mayor, Antonio, era epiléptico. Este siguió los pasos de su padre, llegándose a convertir también en un violento bebedor.

   Esta infancia marcada por la irregularidad y el desamparo le llevó a ser expulsado de varias escuelas por su comportamiento rebelde y su falta de interés en los estudios, iniciando su mortal actividad con tan solo siete años, cuando golpeó brutalmente a un niño de dos años.

   Esta no fue su primera víctima, ya que un policía que rondaba por la zona, les interceptó para mandarles a comisaría. Tampoco lo fue la segunda, Ana Neri, un bebé del vecindario al que intentó matar con el mismo 'modus operandi' cuando este contaba con tan solo 18 meses. Debido a su corta edad, el Petiso fue dejado en libertad tras su detención.

   María Rosa Face, que tenía tres años en el momento de su muerte, fue la primera víctima de Godino en 1906. Las autoridades conocieron el caso cuando él mismo se lo confesó a un policía años después, por lo que sus restos nunca fueron descubiertos. Durante el crimen, intentó estrangularla para después enterrarla viva y cubrir el terreno con latas.

   Su desesperado interés por la tortura le llevó a ser denunciado por su propio padre, quien encontró una 'colección' de aves muertas y disecadas bajo su cama. Por este extraño hobby estuvo recluido durante dos meses en la Alcaldía Segunda División de Buenos Aires bajo supervisión del jefe de Policía.

   Pero, al poco tiempo de partir de este lugar, Godino volvió a reclutar a un niño de dos años, Severino González, a quien llevó a una bodega ubicada frente al Colegio del Sagrado Corazón para sumergirlo en una pileta de agua. El propietario del lugar descubrió el hecho pero, de nuevo, el sociópata volvió a ser liberado por ser menor de edad.

   Quizás, su acto más repulsivo fue el de Julio Botte, un niño de 22 meses a quien quemó los párpados con un cigarrillo. De nuevo, Godino volvió a tener suerte y consiguió huir a pesar de que le pilló en plena 'faena' la madre del pequeño. Unos meses después y hartos de los continuos problemas provocados por el joven, sus padres lo envían a la Colonia de Menores Marcos Paz. Allí permaneció durante tres años.

   El reformatorio endurece su conducta violenta, agravada por el alcohol, de forma que a su salida, se deja llevar por su otra gran pasión: el fuego. En 1912, incendia una bodega de la calle Corrientes, en Buenos Aires, una práctica que llevaría a cabo en seis edificios más.

ASESINATOS

   Este mismo año subrayó la tendencia criminal de El Petiso, ya que en enero se descubrió el cadáver desnudo de Arturo Laurora, quien había sido golpeado en reiteradas ocasiones y asfixiado con un cordel. En marzo, prendió fuego a una niña de cinco años, Reyna Bonita Vaínicoff, quien falleció 16 días después por las graves lesiones.

Roberto Russo fue otro de los engañados para acompañar al criminal a un almacén donde supuestamente comprarían unos caramelos. Le ató los pies y estuvo a punto de ahorcarlo con un trozo de cuerda que utilizaba como cinturón pero, una vez más, fue descubierto y liberado por falta de pruebas, ya que aseguró que se había encontrado así al niño.

   También, Carmen Ghittone y Catalina Naulener recibieron golpes a la edad de tres y cinco años, respectivamente. Ambas sobrevivieron a los ataques y Godino consiguió escapar de los dos escenarios hasta el último acto criminal, el de Gesualdo Giordano.

   El Petiso consiguió unirse a un grupo de niños que, inocentes, jugaban cerca de su casa en la calle Progreso. Una de ellas, de tan solo dos años de edad, huyó asustada al ser invitada por el asesino a acompañarle a por unos caramelos. Enseguida, otro de los infantes aceptó alejarse hasta la Quinta Moreno en busca de unos dulces.

   Allí, El Petiso lo acorraló y lo estranguló con el cordel de su pantalón pero la víctima se resistía a morir. Por tanto, buscó un artilugio que le sirviera como arma para conseguir asesinar al niño, encontrando un clavo de 10 centímetros que, con la ayuda de una piedra, hundió en la sien de Giordano.

   Después de cometer el asesinato, Godino recubrió el cuerpo con una lámina y huyó del lugar. Sin embargo, su marcha no fue demasiado larga, ya que se presentó en el velatorio de la víctima con la intención de conocer si habían podido extraer el clavo de su cabeza. Al volver a su casa, con lágrimas en los ojos y un trozo de periódico en el que se relataba el asesinato, fue interceptado por la policía.

   Tras su detención y posterior confesión de cuatro asesinatos, el juez Dr. Ramos Mejía lo absolvió por considerarle penalmente irresponsable y formalizó el proceso para recluirle en el Hospicio de las Mercedes. Allí atacó a dos pacientes inválidos, por lo que fue trasladado a la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras.

ÚLTIMOS DÍAS

   En 1923 fue trasladado al Penal de Ushuaia, en Tierra del Fuego, conocida como la Cárcel del Fin del Mundo. Allí se le practicaron operaciones de cirugía en sus orejas, ya que los médicos --basándose en los estudios científicos de Cesare Lombroso-- pensaban que el origen de sus brotes psicóticos se encontraban en ellas.

   Durante su estancia en este centro, los demás presos abusaron de él, ya que asesinó a un gato, mascota de uno de ellos, llegando a pasar más de veinte días ingresado en el sanatorio para poder recuperarse. Además, pidió la libertad en 1936 y se la negaron, alegando que era "un imbécil o un degenerado hereditario, perverso instintivo, extremadamente peligroso para quienes lo rodean".

   El Petiso falleció el 15 de noviembre de 1944 por una presunta hemorragia interna causada por un proceso ulceroso gastroduenal. Sin embargo, se cree que otros presos le causaron la muerte, además de que a lo largo de su estancia en la prisión había sido objeto de maltratos y violaciones.