MADRID 16 Oct. (EUROPA PRESS) -
El endocrino, pediatra y miembro del Área de Obesidad de la (SEEN) Gilberto Pérez ha advertido que la obesidad es la enfermedad crónica más común en los adolescentes y se asocia con un alto riesgo de persistencia en la edad adulta, de forma que se conoce que el 80 por ciento de adolescentes con obesidad tendrá la patología de adulto.
Así lo ha señalado durante el Congreso de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), que se celebra en Granada. En su intervención, ha abogado por tratar la obesidad "de forma intensiva" desde su diagnóstico, puntualizando que se trata de una de las situaciones "más complejas" a las que se puede enfrentar un pediatra.
El especialista ha recordado que la genética, el ambiente y el estilo de vida son factores de riesgo de obesidad. Así, ha alertado del peligro para los adolescentes que pasan dos horas o más en su tiempo libre frente a la pantalla, así como de la relación demostrada entre la duración corta del sueño y un índice de masa corporal (IMC) más alto.
Además, se ha referido a las afecciones médicas que pueden impactar en estos pacientes, entre las que se incluye el síndrome metabólico, la resistencia a la insulina, la hipertensión y la hiperlipidemia. Frente a esto, ha recomendado aumentar la ingesta de verduras y frutas y reducir el consumo de alimentos ricos en energía y pobres en nutrientes y las bebidas azucaradas.
PREDISPOSICIÓN GENÉTICA
Por su parte, la catedrática de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad Rey Juan Carlos y vicepresidenta de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO), Gema Medina-Gómez, ha abordado la influncia de la genética en la obesidad, con más de 130 genes ya identificados que se relacionan con esta condición.
La experta ha explicado que estos genes pueden modificar la forma en que el cuerpo responde a la dieta y al ejercicio provocando que algunas personas sean más propensas a ganar peso incluso con hábitos similares a las de otras personas.
Se estima que entre el 40 y el 70 por ciento de las variaciones en el IMC pueden atribuirse a factores genéticos. No obstante, este porcentaje puede variar si se contemplan factores que se utilizan en la actualidad para el diagnóstico de la obesidad como la cantidad de grasa corporal y su distribución. Además, solo alrededor del cinco por ciento de los casos de obesidad se deben a mutaciones genéticas específicas (obesidad monogénica), que suelen estar asociadas a síndromes raros.
Con todo, el director del Instituto de Enfermedades Digestivas y Metabólicas del Hospital Clínico, Josep Vidal, ha puntualizado que los factores ambientales también juegan un papel clave en la creciente prevalencia de obesidad. "Múltiples evidencias demuestran que la asociación entre entorno y obesidad no es únicamente epidemiológica sino basada en modificaciones del control del balance energético. Establecida la obesidad, esta provocaría cambios epigenéticos que podrían facilitar el mantenimiento de la enfermedad", ha señalado.
En este sentido, ha insistido en ir más allá de la obesidad para subrayar la importancia de modificar el entorno en la prevención y tratamiento de muchas enfermedades actuales, independientemente de la predisposición genética a la obesidad.
INFLUENCIA DE LOS PERFLUORADOS
Sobre el impacto medioambiental ha centrado su ponencia la catedrática de la Universidad de Granada e investigadora del CIBER de Epidemiología y Salud Pública (CIBERESP) y del Instituto de Investigación Biosanitaria de Granada (ibs.GRANADA), Mariana F. Fernández.
En concreto, se ha referido a la exposición a sustancias químicas sintéticas, como los perfluorados (PFAS, por sus siglas en inglés); un grupo de compuestos muy persistentes, que están presentes en el medioambiente y en el organismo humano. Los PFAS están considerados compuestos "obesógenos", es decir, sustancias químicas capaces de alterar el metabolismo y favorecer la acumulación de grasa corporal.
Aunque no afectan a todas las personas por igual, para evitar sus efectos ha recomendado evitar utensilios de cocina antiadherentes, reducir el consumo de comida rápida o empaquetada, utilizar filtros para el agua del grifo, evitar ropa y textiles impermeables o antimanchas, o mobiliario doméstico, como alfombras, cortinas o tapicerías, con estas características. Asimismo, ha aconsejado identificar y desechar cosméticos y productos de higiene personal que contengan "PTFE" o "fluoro-" en su lista de ingredientes.
En cuanto a las medidas sociales y políticas, la experta ha incidido en la importancia de promover una regulación ambiental más estricta sobre el uso y vertido de PFAS, exigir transparencia y etiquetado claro en los productos de consumo y apoyar la investigación y sustitución de PFAS por alternativas más seguras.