La detención reciente de una decena de ciudadanos colombianos por su participación en la muerte de varios militares mexicanos en un atentando en Michoacán, o la condena en Rusia hace unos días a 28 años de cárcel de otro por luchar del lado de las fuerzas ucranianas en Kursk ha puesto de manifiesto una peliaguda realidad que emana del país sudamericano, la de exportador desde hace varias décadas de mano de obra mercenaria para conflictos internacionales.