El presidente de Uruguay, José Mujica, es ante todo, una persona coherente. En una etapa de la historia en la que se defiende a ultranza que la felicidad va unida a la acumulación material, su discurso, utópico en la práctica, pero no en el contenido, florece en forma de vergel en medio del yermo espiritual, social, político y cultural que la sociedad de consumo y el capitalismo imponen.